Ya no es noticia que la vida política en nuestro país se encuentra escandalosamente deteriorada. La mira con inquietud nostálgica la generación que protagonizó la llamada “ transición política” y que tanto trabajó por salir de un sistema político totalitario; la perciben con total indiferencia los jóvenes porque ven que el sistema no es capaz de dar solución a sus principales problemas vitales como pueden ser el empleo digno, el acceso a la vivienda, o la calidad educativa; y la observan sumidos en indignación pasiva y alarmados los ciudadanos de a pie, no fanatizados ideológicamente, que ven cómo la clase política se separa cada vez más de su objetivo principal que es servir al bien común de los ciudadanos y de los auténticos problemas reales a resolver, para dedicarse a medrar y buscar estrategias sólo para conseguir el poder y mantenerse en él, muchas veces al margen de todo principio y valor ético.
El “todo vale” se ha ido instalando en la praxis política de nuestro sistema democrático como algo normal. En la actualidad causa sonrojo en la ciudadanía el ver cómo se incumplen las promesas y programas electorales y como se utiliza la mentira o las verdades a medias y el insulto para destruir al que piensa diferente, Y no pasa inadvertido el interés por controlar el poder judicial y los medios de comunicación. Esta situación produce en la sociedad polarización y enfrentamiento entre bloques ideológicos diferentes socavando la base y el fundamento de todo sistema democrático que es “la amistad social”.
“Buscar la mejor política -como dice el Papa Francisco en Fratelli Tutti- puesta al servicio del verdadero bien común” ha sido siempre una constante en la historia de la humanidad, pues a través de esta realidad antropológica tan importante, las sociedades han organizado y organizan la convivencia como paso previo para hacer posible su máxima aspiración: la felicidad personal y social. Y es una tarea que nos atañe a todos y no solo a la clase política: “No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan -nos sigue diciendo el Papa-, sería infantil. Gozamos de un espacio de corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y transformaciones”. Nuestro país necesita con urgencia una regeneración de la praxis política buscando su mejor versión.
Indudablemente no existen recetas para conseguirlo teniendo en cuenta la complejidad de toda acción política sometida constantemente al cortoplacismo de la presión electoral, y a multitud de visiones e intereses tan diferenciados y muchas veces tan opuestos. Siempre se ha dicho que ningún sistema político es perfecto; pero entre todos ellos, la democracia es el mejor. Y hay muchas razones para aseverarlo, pero la más importante es que asegura la participación de todos los ciudadanos, aunque solo sea con el voto, y consecuentemente la capacidad de corregirse sin el uso de la violencia.
Son muchas las correcciones que hoy podíamos aplicar a nuestra deteriorada realidad política, pero algunas son inaplazables pues constituyen pilares básicos para reconocernos como sociedad democrática: la democratización interna de los partidos políticos, el fomento de la transparencia en todas las decisiones políticas y de los políticos, la rendición de cuentas sobre las promesas electorales como garantía de credibilidad y la separación real de los tres poderes del Estado… Podrían ser algunas de ellas.
GRUPO AREÓPAGO
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