Constantemente, y de forma cada vez más habitual, y a cada cual más escandalosa, salpican los medios de comunicación con noticias donde vemos a importantes y destacados profesionales implicados en casos de corrupción, delitos y/o fraudes fiscales. Estas personas son banqueros, abogados, empresarios, funcionarios… De ellos destaca su elevado prestigio, su exitosa carrera, su amplia formación, la magnitud de sus empresas, su dilatada experiencia, su influencia… Por su trabajo y logros, estas personas han contado con la admiración y el respecto de sus colegas, al igual que con la admiración y el respeto del resto de la sociedad. Todo esto nos hace entender que han sido personas capaces y dotadas para el ejercicio de su profesión. Pero, ¿podemos decir que estas personas han sido profesionales? ¿Han hecho uso de su profesionalidad?
Cuando hablamos de profesionalidad la entendemos como la capacidad para ejercer una actividad laboral según sus exigencias y con destacado afán. La profesionalidad es algo que se reclama a quien presta un servicio o de quien adquirimos un producto, y a la vez, algo de lo que nos gusta presumir. De este modo, bien cuando acudimos al médico, contratamos a un abogado o compramos un producto en un supermercado, siempre deseamos obtener de una manera satisfactoria, y cuanto más mejor, aquello que solicitamos; y además, nos sentimos orgullosos cuando vemos que en el esfuerzo del ejercicio de nuestra profesión, encontramos valoración.
La profesionalidad en sí es un valor en la sociedad, algo de lo que nos gusta disfrutar y ofrecer a la vez. Por este motivo es muy importante depurar su concepto y comprender que una actividad laboral no basada en las buenas prácticas ni enfocada al bien de los seres humanos, carece de profesionalidad. Debemos entender la profesionalidad desde la honradez, la leal competencia, el esfuerzo personal u organizativo, el deseo de mejorar, la convivencia, el trabajo en equipo, la humildad, el respeto y la sinceridad de que en aquello que ofrecemos, está lo mejor de nosotros mismos. No hay profesionalidad cuando existe el engaño, la estafa, el ascenso inmerecido, el aprovechamiento y el delito. El rigor de la profesionalidad no es algo de lo que haya gente exenta, todos estamos requeridos por ella, y a la vez, para el cristiano, es medio eficaz de santificación. Por todo esto es de vital importancia entender que una profesionalidad sin ética, no es profesionalidad. Desde esta perspectiva, la profesionalidad se convierte en una maravillosa herramienta para aportar valor a la sociedad y una enriquecedora manera de construir un mundo mejor.
Grupo AREÓPAGO
Enhorabuena por el post. Una oportuna reflexión. Tradicionalmente todas las profesiones liberales iban acompañadas de una deontología profesional que comprometía con un código ético por encima de la conveniencia personal o del dinero. En la medida en que la sociedad ha abrazado los valores del materialismo, estos compromisos se han ido diluyendo.
Muchas gracias por su aportación y por su comentario. Gracias por seguirnos.