Devorados por la velocidad

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¡Qué difícil le sería hoy explicar a uno de nuestros clásicos de la literatura la gran fuerza antropológica de uno de sus célebres versos, se hace camino al andar!

Vivimos tiempos sobreacelerados. La velocidad y las prisas impregnan de tal forma y con tal intensidad la vida moderna que, en palabras de algunos, han adquirido categoría antropológica. Este fenómeno  no tendría la mayor incidencia vital si no fuera  porque afecta, y muy profundamente, a las más importantes dimensiones de nuestra vida relacional: la familia, el encuentro con los amigos, el desarrollo  del trabajo, nuestros espacios de ocio, la vida religiosa…

Las prisas se comen nuestro tiempo; propician la desaparición de nuestro entorno relacional del sabroso regusto de una conversación amena, y del cálido afecto de una amistad duradera, ¡no hay tiempo para escuchar! Los fenómenos y las realidades que nos envuelven pasan por nosotros sin detenerse, nos escamotean el inmenso placer del silencio, y nublan la belleza contemplativa del paisaje, para dejarnos, sin duda, la antipática sensación de no llegar nunca a nada, de lo indeterminado, del país de “nunca jamás… El stress y la depresión son enfermedades muy actuales.

Pero esta patología se agrava porque, de alguna manera, incide sobre otro fenómeno social muy propio de nuestro tiempo, la provisionalidad. La utilización cada vez más marcada del “usar y tirar”. Todo el entramado social se mantiene bajo este síndrome. Las noticias van y vienen y se suceden para pasar rápidamente a la categoría del silencio y el olvido. ¿Quién se acuerda ya del gran problema que representó el ébola, tan cercano en el tiempo, o la triste desgracia del avión de la Germanwings? Las cosas aparecen y desaparecen bajo el dictamen de la moda o en función del morbo que suscitan; la misma realidad informativa, los productos, los afectos… Los sociólogos hablan de consumismo de sensaciones, no hay que cansar al paladar. Nunca parece alcanzarse la saturación.

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Difícil para esta cultura de ritmo trepidante, de la novedad permanente, la búsqueda de lo trascendente; difícil tomar distancia sobre lo que se está viviendo; difícil, por no decir imposible, la  reflexión, el discernimiento. ¡Cuántos proyectos políticos, económicos e incluso religiosos con grandes potencialidades de idealidad futura han sido devorados por querer llegar pronto a la meta! La velocidad devora a las personas y colectivos y anestesia la búsqueda del sentido de la vida. Difícil, muy difícil, hacer hoy camino al andar.

Grupo AREÓPAGO

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