La inteligencia artificial en una encrucijada

La inteligencia artificial ya no es cosa de películas y de relatos de ciencia ficción. Actualmente forma parte de nuestras vidas y es un tema del presente con grandes perspectivas de futuro. Los que fuimos asiduos lectores de Isaac Asimov (1920-1992) y venimos disfrutando con los relatos inimaginables de películas como Matrix o Ex Machina, observamos cómo muchos de sus argumentos literarios de ciencia ficción se están haciendo realidad y participan del ideario tecnológico que conforman nuestras vidas: La Inteligencia Artificial.

Lo que hoy se conoce con el nombre de inteligencia artificial -“una galaxia de realidades distintas” como dice el Papa en su mensaje para la Jornada Mundial de la paz de este año-   aglutina una serie de tecnologías diferenciadas como la robótica, los sistemas que aprenden tareas de manera automática, el almacenamiento de datos de gran utilidad para múltiples proyectos en muchos ámbitos profesionales, la interacción del mundo real con el virtual… que de alguna manera está cambiando la forma de hacer las cosas, de relacionarnos las personas, gestionar las instituciones, y acceder a la información y al conocimiento.

Pero, al mismo tiempo que constituyen un gran avance socioeconómico en el ámbito de la industria y del comercio, de la sanidad, de los medios de comunicación, de la educación…, conllevan importantes riesgos en su aplicación que no pueden pasar desapercibidos y exigen un profundo discernimiento. Riesgos preferentemente relacionados con la dimensión ética y espiritual, con la deshumanización de nuestras sociedades, con el empobrecimiento de amplias capas de la población mundial y con el logro de la paz. Porque la inteligencia artificial y sus aplicaciones no son fruto de avances tecnológicos fortuitos, sino que se producen desde objetivos fijados de antemano por personas concretas, con intereses y planes propios, que toman las decisiones en función de dichos intereses. La Inteligencia artificial no es, pues, algo neutro; por ello es necesario y razonable preguntarse qué hay detrás de estas tecnologías y si suponen realmente un avance en el desarrollo integral de las personas y de las sociedades. El Papa lo ha hecho en su mensaje para la Jornada mundial de la paz: “No podemos presumir a priori que su desarrollo aporte una contribución benéfica al futuro de la humanidad y a la paz entre los pueblos”.  Un ejemplo de ello nos lo ofrece el uso de algoritmos para procesar datos, extraer información y tomar decisiones. Su uso inadecuado y un diseño de sus proyectos que no se realicen de manera justa y transparente puede producir discriminación, ataques a la privacidad y a la seguridad y, por qué no, el grave peligro de fomentar una sociedad vigilada. Muchos pensadores, sociólogos y escritores nos advierten: “Ahora mismo los algoritmos te están observando. Observan a dónde vas, qué compras, con quién te ves. Pronto supervisarán todos tus pasos, tu respiración, los latidos de tu corazón… Y cuando estos algoritmos te conozcan mejor que te conoces tú lograrán controlarte y manipularle” (Harari, 2019). El Papa también lo hace: “no debemos permitir que los algoritmos determinen el modo en el que entendemos los derechos humanos, que dejen a un lado los valores esenciales de la compasión, la misericordia y el perdón”.

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Lograr que estos grandes avances tecnológicos se desarrollen buscando siempre el bien común y un equilibrio armónico entre la inteligencia humana y la virtual es uno de los grandes desafíos que se plantean en la actualidad las principales instituciones sociopolíticas y económicas de nuestra sociedad. La Unión Europea lo ha entendido perfectamente y ha iniciado el camino para regular por ley este fenómeno; apasionante, pero también al mismo tiempo plagado de importantes peligros.

GRUPO AREÓPAGO

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