Educar en una sexualidad humanizadora

En esta nueva cultura en la que nos movemos la sociedad actual seguramente sea la percepción y vivencia de la sexualidad la que con mayor virulencia haya agitado los aires que se respiran en todas las dimensiones de la persona. En cuestión de unas décadas, la sexualidad ha pasado de ser considerada como materia tabú, con prohibición tácita incluso al mencionarla, a encontrárnosla en cualquier ámbito de nuestro vivir cotidiano. La sexualidad hoy día está profundamente banalizada, reducida a puro instinto biológico llegando incluso a rozar en muchas facetas la perversión humana.

Su incidencia en el mundo de la adolescencia no solo preocupa, sino que alarma. Ya se levantan bastantes voces para llamar la atención sobre el uso indiscriminado del consumo de pornografía en internet, principal medio de acceso a la sexualidad por parte de nuestros jóvenes, adolescentes e incluso niños. Según datos estadísticos 7 de cada 10 adolescentes consume pornografía de forma regulada en nuestro país y casi un 55 por ciento entre 12 y 15 años manifiestan haber visto pornografía por primera vez antes de los 10 años. Es la principal causa para el desarrollo de una sexualidad considerada por nuestros jóvenes, más que como una manifestación de afecto y amor, una experiencia para autoafirmarse como adultos, conocerse mejor, y para divertirse.

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Educadores, psicólogos y orientadores escolares ya están advirtiendo de los graves daños que se están produciendo en la personalidad de los menores: distorsión de la percepción de la sexualidad, desarrollo de comportamientos sexuales inapropiados, impacto desproporcionado en la relación sexualidad-afectividad, normalización de la violencia contra la mujer, grave riesgo de adicción a la pornografía… Son llamadas de emergencia que deben impulsar acciones de carácter transversal en la que se impliquen todas las instituciones del Estado, especialmente las de ámbito educativo.

La educación afectiva-sexual en niños y jóvenes es una tarea urgente hoy en todos los ámbitos de las estructuras de acogida: en la familia, en la escuela, en los ambientes, en los medios de comunicación, y también en círculos educativos eclesiales. Incluimos a la Iglesia en su función educativa porque es fácilmente constatable la gran brecha que existe entre la visión de la Iglesia en cuestiones de moral sexual y la valoración y práctica de la sexualidad en todos los ámbitos de nuestra sociedad.

La educación de nuestros jóvenes para una sexualidad humana y humanizadora no debe limitarse a la condena de determinados comportamientos, sino ha de tender a proponer valores positivos implícitos en la sexualidad humana como pueden ser la visión positiva del cuerpo y del placer, de la fecundidad, de la afectividad y del amor. Benedicto XVI en la primera parte de su Encíclica “Deus cáritas est” nos ofrece para el discernimiento y diálogo con la cultura actual una reflexión muy profunda sobre como caminar por los senderos de una sexualidad formada y madura. Constata y analiza la diversidad de formas en las que se verifica la palabra “amor” citando a eros, philia y ágape. Se pregunta si el cristianismo ha destruido verdaderamente el eros. Sus respuestas son muy ilustrativas: “Hoy -dice- se reprocha a veces al cristianismo del pasado haber sido adversario de la corporeidad y, de hecho, siempre se han dado tendencias de este tipo. Pero el modo de exaltar el cuerpo que hoy constatamos resulta engañoso. El eros, degradado a puro “sexo“ se convierte en mercancía, en simple “objeto” que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía”. Eros y agapé “nunca llegan a separarse completamente…  Cuanto más encuentran ambos, aunque en diversa medida, la justa unidad en la única realidad del amor, tanto mejor se realiza la verdadera esencia del amor en general.”

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