Ingreso mínimo vital

El gobierno de España ha aprobado el ingreso mínimo vital, que recibirán aquellas familias sin ingresos que cumplan ciertas condiciones. Una medida destinada a paliar situaciones de pobreza extrema, especialmente en estos momentos de crisis económica.

Es una medida acompañada de polémica porque no pocos ven el peligro de que este tipo de subsidios se conviertan, con el tiempo, en una herramienta política de compra de votos, donde los más desfavorecidos se sientan coaccionados para orientar su voto para mantener estas prestaciones. Este argumento tiene su fuerza en el ejemplo de algunos países con gobiernos populistas que han utilizado esta técnica para perpetuarse en el poder. Pero tiene también una gran debilidad, ¿por qué un candidato a gobernar amenazaría con quitar esta medida si sus ventajas son tan evidentes?

Los críticos con esta solución aducen dos grandes inconvenientes para mantener esta ayuda en el tiempo, el primero es la financiación, de dónde sale el dinero (¿nuevos impuestos?), el segundo es la exclusión del trabajo. La primera lleva a una discusión muy técnica que no se puede abordar aquí. La segunda es muy interesante, porque no basta un “ingreso” para asegurar el “mínimo vital”, el ser humano necesita “un trabajo”.

Un ingreso sin trabajo solo se puede comprender en casos de enfermedad o de vejez, pero si no hay impedimento para trabajar ¿por qué no aspirar a un trabajo mínimo vital? Si el estado va a hacer un gasto tan importante, ¿por qué no acompañarlo de una ocupación digna? Por el mismo precio se podrían ofrecer las dos cosas, hay un montón de actividades de bajo valor económico que podrían ser realizadas por estas personas, al menos unas horas al día, que les aportaría dignidad, autoestima y relaciones personales que les ayudarían a salir de su triste situación.

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Un caso especial sería el de los padres sin ingresos que están cuidando a sus hijos. La propia ayuda, entre sus condiciones, favorece a los hogares monoparentales (80% encabezados por mujeres) que no tienen ingresos. ¿No sería el momento de convertir esta ayuda en un salario por cuidado de hijos? Sobre todo, cuando no se tienen otros ingresos. ¿Cuidar de la prole no es un servicio a la sociedad, más aún con el problema demográfico que tenemos? Sin embargo, con las ayudas aprobadas, si una madre rechaza una oferta de empleo (que quizá le impida cuidar de sus hijos) pierde automáticamente la ayuda. ¿Es eso justo?

El trabajo forma parte del mínimo vital, no basta con un poco de dinero para recuperar la dignidad. Seguramente ahora es imprescindible, pero no es suficiente.

GRUPO AREÓPAGO

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