Firma invitada de don Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo emérito de Toledo: «La relevancia de la fe social»

Con esta aportación me gustaría reflexionar un poco acerca de la unión que existe entre fe y responsabilidad de los que creen en Cristo a la hora de actuar en la situación de la sociedad y el mundo. No es tema fácil, pero merece la pena tratarlo si puede hacer un poco de bien y dar luz en estos momentos de confusión en España. Hay que decir, ante todo, que la razón de la esperanza del cristiano está en el Hijo de Dios, que se hace Palabra que responde a las preguntas de los hombres y mujeres, de modo que mueva a éstos a la acción por el bien común, no solo a pensar en su propio bien.

              Para un cristiano su tarea, su recto hacer en la sociedad en que vive, nace de la verdad y por ella se debe luchar, en favor de los demás, en su acción de cada día, sea cual sea su vocación o su posición en la Iglesia. Por eso, la acción cristiana en el mundo no puede consistir solo en comunicar a la sociedad el orden cristiano como teoría junto a otras que en el mundo existen. Hemos de hacer algo más, puesto que la persona ha sido creada con amor y para el amor y dotada, por ello, de razón y libertad. Y el don de la vida para nosotros, los humanos, exige la tarea de cuidar esta vida en todos los planos, también en nuestra acción social y política, es decir, en el amor a la persona en tanto que nace y vive en la “polis”, en una comunidad organizada y orientada hacia el bien. Pero es evidente que nuestra comunidad concreta española o toledana no está con mucha frecuencia orientada hacia el bien.

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              La política (no me refiero solo a la política de partidos, sino a toda acción social), en realidad, es amor, pero ¿qué es amor? Amar es desear el bien del otro o de los otros y trabajar esforzada y desinteresadamente por ello. Este amor exige la luz de la inteligencia para descubrir y discernir la verdad sobre el bien que se quiere alcanzar y también exige la libertad y la voluntad de empeñarse de forma perseverante y sacrificada. No hay amor sin verdad, sin libertad y sin sacrificio. Cada plano de la existencia tiene un tipo de amor y un tipo de bien correspondiente. El amor conyugal, la paternidad o maternidad, la filiación, la fraternidad, la amistad, la solidaridad social y la comunidad política son diferentes formas de amor. Pero este camino nunca es cómodo ni fácil. Por eso los recorren tan pocos.

              Sin embargo, la experiencia personal, social e histórica ha demostrado que el ser humano sólo encuentra sentido y plenitud de su existencia en la donación o entrega sincera de sí mismo a los demás en todos los planos: en el plano personal, en el plano matrimonial, familiar y social; y también en el plano institucional. El hombre está llamado –vocación– a buscar la verdad, la bondad y la belleza. Y esta ley moral la tiene inscrita en su propia naturaleza, pero el ser humano necesita ayuda para descubrirla. No es un saber articulado que se enseña. Es una voz interior que hay que aprender a escuchar.

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              Pero cuando el ser humano no escucha (conciencia) esta llamada de su propio ser, tiende a degradarse y a corromperse. El afán de poseer más de lo que se necesita, de dominar a los demás en lugar de colaborar o el ansia de conquistar un placer o una supuesta felicidad que nos hace indiferentes a los sufrimientos y problemas de los demás, son tendencias negativas de nuestro corazón, pero que deben ser combatidas en todos los planos con los medios adecuados (virtudes) para que no nos destruyan personal y socialmente.

              La vocación política, por consiguiente, es parte sustantiva de esta entrega y, como se ha dicho, tal vez la parte más extensa y elevada, puesto que es la encargada del Bien Común: organizar, coordinar, gestionar la vida humana, sus condiciones y circunstancias concretas como sociedad o, mejor, como comunidad. El Bien Común es el bien de una comunidad formada por personas y es el bien de la persona en cuanto forma comunidad. Bien nos viene a los católicos conocer y llevar a la práctica la Doctrina Social de la Iglesia, sintetizada, de forma más abreviada, en el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia.

              La dinámica política de una comunidad de personas no es el “ordeno y mando” habitual, sino la amistad civil, la fraternidad, la colaboración por la existencia. No la dominación y la explotación de unos sobre otros. La realidad que estamos viendo en los medios de comunicación social es la de un mundo global radicalmente injusto en el que la riqueza y el bienestar del planeta están concentrados en una ínfima minoría. Y el trabajo, la familia, la naturaleza humana y todas las estructuras solidarias están sometidas a agresiones sistemáticas cada vez más profundas y violentas.

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              ¡Cómo para no comprometerse por el bien y la justicia! Pecaríamos de omisión, pecado muy extendido. Todos los actos que atenten contra la vida y la dignidad del ser humano (aborto, eutanasia, explotación, esclavitud, tortura, opresión) son malos, no llevan al bien, aunque algunas de estas acciones hayan sido votadas en tantos Parlamentos. Serán “legales”, pero no moralmente aceptables: van en contra de la dignidad de la persona. La acción social de los cristianos, no de manera individual, sino acompañados (sinodalidad) es cada día más necesaria.

                        Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo emérito de Toledo.

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