La sociología considera problema social a todos aquellos que afectan a uno o varios sectores de la población y suelen tener consecuencias graves para la vida de las personas que lo padecen. Es el caso en la actualidad del acoso escolar o bullying. La agresión o persecución violenta, física o verbal de algún alumno o grupo de alumnos a otros, generalmente más débiles, siempre ha existido en el ambiente escolar; pero en la actualidad, su carácter repetitivo, persistente y generalizado está produciendo problemas graves en los alumnos que lo padecen: algunos suicidios o intentos de suicidio que han sido noticia en los medios de comunicación lo corroboran.
Las cifras que se manejan en la actualidad son escalofriantes. La ONG “Educar es Todo” en un estudio realizado en 2021 con el título “Dilo todo contra el bullying: Estudio sobre la percepción del bullying en la sociedad española”, ofrece datos que sin duda obligan a todo el sistema escolar –administración, profesorado, padres…- a no responder con el silencio. El estudio realizado sobre 4000 alumnos de 5 a 18 años, incluyendo padres y profesorado da cifras para considerarlo uno de los más serios problemas que sufre nuestra sociedad. Un 22% de alumnos admitieron haber sufrido acoso en el colegio, y un 25% de padres reconocieron que el 25% de sus hijos han sido objeto de insultos, ataques o vejaciones en el curso anterior.
El escándalo de estas cifras necesita respuestas de la comunidad educativa en particular y de toda la sociedad -incluido el poder político-, pues son múltiples las causas que propician el acoso, hundiendo sus raíces en muy diversos ámbitos de la sociedad; desde el familiar hasta el ambiental, escolar y cultural. La justificación de la violencia en la sociedad como medio para resolver los problemas, el tratamiento inadecuado que se da al tema de la diversidad, y la desvalorización de la función tutorial en los currículos escolares, entre otras, conforman un caldo de cultivo adecuado para el desarrollo de esta lacra. De ahí que las respuestas deban caminar en varias direcciones: por una parte, el apropiado acompañamiento psicológico y afectivo a las víctimas o posibles víctimas, y también a los agresores, en los ámbitos donde desenvuelven sus vidas; y por otra, la respuesta o respuestas de las familias y de los colegios e institutos para detectar y resolver adecuadamente el problema.
Un acompañamiento serio a los alumnos, tanto a las víctimas como a los agresores necesita de atención tutorial preventiva que incida en conocer los perfiles psicológicos de niños y jóvenes para reconducir adecuadamente la gestión de su conducta: la del posible agresor de fuerte personalidad, impulsivo y con tendencia a la crueldad, y la del alumno de carácter débil, tímido, callado, y retraído, en el que se suele cebar las conductas violentas y antisociales de los agresores. El daño que se causa a un niño víctima de acoso -graves estados de ansiedad y aislamiento, bajo rendimiento en su aprendizaje, tendencia al abandono escolar-social-personal, y con dificultades para salir de su situación- merece esfuerzo en medios y procedimientos para eliminar esta lacra. Pero de igual modo, los que se necesitan para reconducir conductas agresivas.
Los centros escolares son, pues, elementos claves para prevenir o resolver el problema. El silencio no es un buen método de trabajo y respuesta, pues suele ser interpretado por los agresores como un apoyo implícito. Así, como no lo es tampoco la justificación o permisividad de la violencia como forma de resolución de conflictos entre iguales. Una planificación correcta de la acción tutorial en los centros escolares es fundamental como respuesta; y desde ella, considerar la educación para la paz valor prioritario para hacer posible cualquier proceso de enseñanza-aprendizaje.
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