Hemos comenzado el año 2024 con una situación mundial tensa y compleja. Suenan tambores de guerra en el mundo. Varios frentes de batalla se despliegan en varios continentes con la dureza de la muerte y la destrucción como escaparate de una humanidad desgarrada.
El conflicto con Rusia parece no tener fin. A la invasión de Ucrania y la guerra posterior se unen las tensiones con otros vecinos que se sienten razonablemente amenazados. El presidente ruso ha reiterado que no cejará hasta conseguir sus objetivos, objetivos que algunos concretan en la recuperación de las fronteras occidentales de los momentos más expansionistas de la extinta Unión Soviética. Eso incluye recuperar Ucrania, Moldavia, Bielorrusia, Letonia, Lituania, Estonia, parte de Polonia y Finlandia, sin contar con su influencia en otros conflictos colindantes como el de Azerbaiyán y Armenia. El pulso entre Rusia y Occidente (Estados Unidos y Europa) parece ir hacia el escenario cada vez más beligerante.
Otro frente de guerra más reciente pero no menos duro es la ocupación israelí de Gaza. En este caso, el conflicto nace de una mutua agresión, por un lado, el cruel terrorismo yihadista de Hamás, que ostenta el poder político en Gaza; por otro, las restricciones de movilidad y servicios que Israel lleva años practicando sobe la población Palestina. Además, se produce un escandaloso abandono de las normas humanitarias que se aplican incluso en la guerra, pero que Hamás incumple sistemáticamente fundiendo lo civil y lo militar, utilizando colegios, hospitales y templos para proteger actividades militares, y que Israel dice estar forzado a atacar para protegerse. En el fondo, esta guerra enfrenta a los defensores de yihadismo radical chiita (Irán y Catar) contra una parte influyente de Estados Unidos (donde el lobby judío tiene importantes resortes políticos). El riesgo de extensión del conflicto por Oriente Medio (Líbano, Siria, Yemen, Egipto, Jordania…) es cada vez más alto y el futuro cada vez más incierto.
Un tercer frente de tensión lo encontramos entre Taiwán y China. El presidente chino ha manifestado recientemente que la reunificación de China es un proceso natural e inexorable. Estados Unidos protege a Taiwán ante una posible invasión. Las compañías taiwanesas acaparan actualmente el 46% de la industria de los circuitos integrados (chips), por lo que su importancia geoeconómica es altísima. El entorno asiático añade otros elementos de incertidumbre, como las amenazas constantes de Corea del Norte o las tensiones religiosas en India o Myanmar.
Pero quizá, el frente más olvidado es el africano. Los intereses de Rusia, China, Europa, Estados Unidos y las potencias petroleras que apoyan el yihadismo confluyen en el dominio minero en el que se apoya el desarrollo de las últimas tecnologías de vanguardia. Actualmente, Libia, Somalia, Sudán, Sudán del Sur, Camerún, la República Centroafricana, Etiopía, Mali, Mozambique, Nigeria y Senegal se les considera países de conflicto. Tiranías, revoluciones, persecución religiosa y explotación económica se congregan en el continente. Sin embargo, las noticias relativas a estos países son muy escasas o inexistentes, cuando el polvorín que supone congregar tales contendientes en un entorno político inestable es muy preocupante.
¿Quién puede ayudar? La ONU tiene un papel cada vez más irrelevante. En lugar de trabajar por la paz mundial parece estar más ocupada en sus agendas ideológicas. La implicación de sus miembros es más testimonial que efectiva y su capacidad de actuar está fuertemente condicionada por el derecho a veto de unas pocas potencias mundiales. ¿Qué nos queda?
El odio y la injusticia son los ingredientes de las guerras. Luchemos por reducir estos dos factores allá donde podamos. Desde nuestras familias hasta nuestros gobernantes, reconstruir la justicia con los que nos rodean y cambiar el odio por amor auténtico, deseando el bien para el otro, sea amigo o enemigo. El mundo cambia desde los corazones. No subestimemos el misterioso poder de la bondad. La comprensión de la humanidad como una fraternidad, hermanos de un único padre-creador, es una garantía de pacificación, donde la religión no es motivo de lucha, sino de perdón y reconciliación. Frente a los tambores de guerra, entonemos cantos de paz. GRUPO AREÓPAGO
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