Nuestra joven democracia vive un momento muy delicado. Una grave crisis económica, a pesar de los “brotes verdes” que algunos vislumbran, pero que no llegan para una gran mayoría de la población, y un marco político que genera indignación y desprestigio de nuestros representantes políticos y de los partidos, debido principalmente a los graves casos de corrupción, está produciendo un importante deterioro de nuestro modelo democrático.
En este contexto de desgaste democrático, mirar los males de nuestra realidad política sólo partiendo de una descorazonadora desconfianza en los políticos, sería hacerlo desde una óptica muy simplista En este año eminentemente electoral urge mirar más en profundidad y analizar las causas que propician y desarrollan las “malas políticas” favorecedoras de intereses oscuros.
Un primer e importante campo de revisión deberá considerar la influencia que tienen en esas malas políticas los aspectos formales y estructurales del sistema. Tal es el caso de la democracia interna de los partidos, del sistema electoral vigente, la no separación real de poderes, los graves olvidos de los programas electorales, o los importantes desequilibrios entre los poderes económicos y el poder político, entre otros.
Pero si tan importantes son para la construcción de la democracia estas dimensiones estructurales no levan a la zaga otros factores culturales y sociales sobre los cuales habrá que plantearse una reflexión sincera y una acción comprometida de toda la sociedad.
En palabras de muchos expertos vivimos en una democracia sin demos. Estamos afectados por una grave crisis de compromiso comunitario, que incluye no solo lo político sino también lo social y laboral. Una gran mayoría de ciudadanos se sienten solo sujetos de derechos, no de personas que tienen también responsabilidades y deberes en relación con la comunidad. Una gran apatía participativa recorre todo el panorama social de nuestro país que es reflejo de una falta de valores éticos y políticos de ciudadanos que se sientan miembros de una democracia y por tanto comprometidos con la tarea común.
Otro gran reto para la revisión se nos plantea, pues, en el campo educativo. Sin ciudadanos participativos no hay auténtica democracia. Formar ciudadanos con valores éticos consistentes está íntimamente unido a la educación y en consecuencia con aquellas instituciones que la propician, principalmente la familia y la escuela. Fortalecer estas instituciones es una tarea ineludible para regenerar nuestra democracia.
Situar la política y a los partidos políticos ante estos desafíos es el principal problema para reconducir nuestra joven democracia.
Grupo AREÓPAGO
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