Estamos en plena campaña electoral. Sin ser demasiado pesimistas y sí bastante benevolentes se puede afirmar que ante los ojos del ciudadano medio está adquiriendo tintes ciertamente sombríos. La cultura dominante con sus buenas dosis de individualismo narcisista que diluye al sujeto humano y le deja desangelado y a merced de las redes ha penetrado en el ámbito de la política y se ha adueñado de su praxis y de sus formas. La nueva sociedad que se está conformando, que unos llaman “líquida” y otros la catalogan como “gaseosa”, han sembrado el campo político de populismos, nacionalismos, involucionismos, socialismos irreconocibles, desafección política y no sabemos cuantas cosas más.
Se ha escrito, se dice, se cuenta, se escucha que el marco político por el que se rige nuestra vida en común es el de una democracia representativa. Hemos de entender como tal y así está escrito en el preámbulo de nuestra Constitución que tiene la finalidad de garantizar la convivencia democrática, la libertad de expresión, la igualdad, y otros derechos fundamentales sin los cuales sería impensable la vida en sociedad. Visto lo visto y tal como se está desarrollando esta campaña electoral y las actuaciones políticas de los últimos tiempos no es muy difícil asegurar que la política de este país tiene un gran déficit de calidad democrática.
Hace ya un tiempo que en ámbitos de la filosofía política se empezó a hablar de que toda democracia participativa debería construirse y asentarse primero como democracia deliberativa en la que el diálogo debería tener un valor insustituible y fundamental. Que lo central y esencial de un sistema democrático y de su práctica no debería situarse en el ejercicio periódico de la llamada al voto, sino en el ejercicio deliberativo mediante el diálogo propiciado en un ambiente de igualdad, libertad y respeto. Solamente esto podrá legitimar la decisión de las mayorías.
Asomarse hoy a los medios que nos están transmitiendo la campaña electoral produce en el ciudadano medio un escozor y tristeza considerables. El insulto, la descalificación del adversario -que se le ha convertido en enemigo-, la intolerancia y el fanatismo con el que se está actuando en algunos ámbitos de nuestra sociedad, reflejan síntomas de un deterioro cívico que de alguna manera se ha de reconducir si de verdad creemos en las virtudes y valores democráticos.
Desde este panorama tan desolador solo se puede concluir que en esta campaña electoral nuestra reflexión fundamental nos ha de llevar, más allá de a quién votar, a profundizar en cómo reconducir la política desde una perspectiva de diálogo y respeto para hacer posible la convivencia y el encuentro entre personas y grupos que piensan diferente, que es sin duda, la esencia de una democracia.
GRUPO AREÓPAGO
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