Vamos a celebrar el Día internacional de la mujer. Y como todos los años sobrevendrán ruidos, surgirán voces…, pero después solo quedará el eco, y como todos los ecos, se diluyen y poco a poco desaparecen. Y como todo en la vida, cuando desaparecen los ecos sobreviene el silencio. Y en el silencio se hace inevitable la escucha, que conlleva reflexión y tarea constructiva.
Por encima de mach-ismos y femin-ismos trasnochados, por encima de interpretaciones ideológicas torticeras, por encima de manipulaciones políticas, condicionadas por la búsqueda del voto… aún nos queda mucho por conseguir de aquel grito desgarrador de protesta: “queremos el pan y las rosas”(1912). Que no es solo el grito de aquellas primeras mujeres que iniciaron la primera marcha reivindicativa reclamando sus derechos como trabajadoras, sino el grito unánime de todos –mujeres y hombres– que están convencidos de la indiscutible dignidad de la persona por encima del sexo; pero al mismo tiempo, conscientes de que las diferentes características del hombre y la mujer en la igualdad como personas nos enriquecen y complementan.
Queremos el pan, porque aun siendo conscientes de que se ha avanzado bastante en algunos países en relación con la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres en el aspecto laboral, todavía son muchos los retos que ha de afrontar nuestra sociedad para acelerar políticas efectivas y eficaces de igualdad sobre la brecha salarial entre hombres y mujeres, tasas de paro, distribución de cargas y tareas en el ámbito de la familia y en el cuidado de personas dependientes, armonización y conciliación efectiva de responsabilidades familiares y profesionales…
Pero también pretendemos las rosas, pues es una invitación a dar pasos en dimensiones de la vida que suponen el derecho a gozar de todas aquellas realidades que están más allá de las relaciones laborales pero que son necesarias para conseguir una vida digna. Esto supone un reconocimiento de la aportación de la mujer al mundo de la cultura, de la ciencia, del arte…; y al mismo tiempo, una valoración justa para participar en igualdad de condiciones con el hombre en las instituciones políticas, económicas, sociales, religiosas…
Pero esta demanda supone un ejercicio educativo de ir más allá para hacer posible una vida íntegra liberada de cualquier forma de dominación. Esto exige un cambio de mentalidad cultural para eliminar roles que consoliden desigualdad y discriminación, hacer imposible toda violencia contra la mujer, su explotación sexual en forma de prostitución o a través de reclamos publicitarios exaltando la estética comercial de su cuerpo. Para ello, frente a planteamientos radicales, apelamos a la fuerza transformadora de la educación. Es la única vía para construir un mundo de paz, de justicia y de igualdad para todos, sin enfrentamiento de sexos.
¡Pan y rosas, para nosotros y para las generaciones futuras!
GRUPO AREÓPAGO
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