La tiranía y la libertad del mercado

Dos visiones contradictorias se confrontan cotidianamente en nuestra sociedad, una que considera el mercado como el origen de una profunda injusticia, provocando escandalosas desigualdades o fomentando un consumismo destructor de valores, y al contrario, otra que considera el mercado como una garantía de libertad, en el que la libre concurrencia de necesidades, bienes y servicios permiten el desarrollo de una sociedad dinámica y en continua evolución.

Pero ¿qué es el mercado? Esta es la primera causa de la confusión. Un mercado es un mecanismo de intercambio de bienes y servicios, creado a partir de la libre concurrencia de oferentes (que proponen sus productos) y de demandantes (que los reclaman). Por lo tanto, no existe un solo mercado, sino una diversidad de ellos según las necesidades que intentan cubrir y los bienes que se intercambian: el mercado alimentario, el automovilístico, el inmobiliario, el de entretenimiento… Entre ellos presentan muchas diferencias, algunos están fuertemente regulados en la oferta (por ejemplo, el farmacéutico) o en la demanda (el de armas de fuego), otros gozan de una relativa libertad, aunque ninguno de los mercados legales escapa de cierta regulación por las autoridades.

En general, “los mercados” consiguen articular que los recursos se dediquen a “fabricar” (oferta) aquellas cosas que son más “necesitadas” por los que las reclaman (demanda), y no se desperdicien recursos en tareas que nadie necesita. Esta es la mayor grandeza del mecanismo que conocemos como “mercado”, también su principal debilidad porque ¿qué ocurre con aquellas necesidades que son muy importantes, vitales incluso, pero para poca gente o para aquellos que no pueden ofrecer nada a cambio?

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Los detractores del mercado deben reconocer que, en general, el mecanismo de equilibrar oferta y demanda proporciona un gran dinamismo en la gestión de los recursos, estimula la creatividad y genera crecimiento económico para todos. Estimular la libertad de los mercados revierte en el bien común de la sociedad.

Los defensores del mercado deben reconocer las limitaciones de este mecanismo para atender necesidades de las personas excluidas de su dinámica productiva (por marginación, enfermedad, discriminación o cualquier otra causa). En estos casos se necesitan mecanismos adicionales que compensen esta exclusión.

Un comentario aparte merecen los mercados que tienen al dinero como objeto de sus transacciones, son los “mercados financieros”. Estos mercados tienen una fuerte influencia en la economía y, al estar alejados de una actividad directamente productiva, son fácilmente presa de la especulación puramente monetaria, en la que el beneficio dinerario es el único e implacable objetivo sin valorar otras pérdidas no cuantificables. Valores intangibles como la dignidad del trabajo, la conservación del medio ambiente o la cultura de una comunidad humana no pueden sacarse de la ecuación económica sin deshumanizarla. Por tanto, un refuerzo ético de estos mercados será siempre una tarea prioritaria para economistas, gobernantes e instituciones.

Una ciencia económica y un concepto de “mercado” que solo cuenta lo monetario e incluso solo lo material, deja de lado el objeto fundamental de su estudio y aplicación: el comportamiento y el bienestar del ser humano.

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