Un pastor cercano, un magisterio fecundo: Gracias, Papa Francisco

He tenido la dicha de encontrarme con el Papa Francisco en cuatro ocasiones muy distintas, pero todas profundamente significativas. Cada una ha dejado en mí una huella de fe, de compromiso y de Iglesia.
La primera vez fue en enero de 2022, en el marco de la visita ad limina de los obispos españoles. En la audiencia general, y después, en un breve momento antes del encuentro con los obispos, me acerqué a él para ofrecerle las oraciones de los laicos y las familias de la Diócesis de Toledo. Le entregué también nuestra Propuesta Pastoral Presinodal y la oración por nuestro Sínodo Diocesano. Fue un gesto sencillo, pero cargado de comunión eclesial y esperanza.
La tercera ocasión fue ya en vísperas de la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa. En ese contexto le ofrecí una bandera de la JMJ para que la firmara: era un regalo para los jóvenes de Valmojado, como signo de la cercanía del Papa con ellos, con tantos jóvenes que sueñan con una Iglesia viva y en camino.
Y la última vez fue, sin duda, la más entrañable. Fue con motivo del 60 aniversario de Cáritas Diocesana de Toledo. Pude ir acompañado de mis padres, y al presentárselos, el Papa, con esa espontaneidad tan suya, dijo: “¡Qué sería de un cura sin sus padres!”. Cogió la mano de mi madre y le preguntó: “¿Qué tal se porta?”. Ella respondió: “Santo Padre, es muy bueno”. Y él, con una sonrisa cómplice, dijo: “Che… qué va a decir una madre”.
Recuerdo estos encuentros con gratitud, no por la anécdota, sino por lo que en ellos se transparenta: un Papa cercano, pastor con olor a oveja, que sabe escuchar, sonreír y animar.
Hoy, al mirar su pontificado, quiero dar gracias por su magisterio, especialmente en lo que respecta al laicado y la familia. Francisco ha devuelto protagonismo a los laicos, recordándonos que todos, por el Bautismo, estamos llamados a ser discípulos misioneros. Su insistencia en la sinodalidad como “el camino que Dios espera de la Iglesia para el tercer milenio” ha abierto horizontes nuevos de corresponsabilidad, escucha y comunión. La familia, por su parte, ha sido presentada como una “Iglesia doméstica”, lugar de encuentro, de transmisión de la fe, de ternura y de lucha cotidiana por el amor.
El magisterio de un Papa que confía en los laicos
Desde el inicio de su pontificado, el Papa Francisco ha puesto al laicado en el centro de su mirada pastoral. No como un “sustituto” del clero, ni como una categoría subordinada, sino como parte viva y activa del Pueblo de Dios, llamada a evangelizar desde el corazón del mundo.
Francisco ha insistido una y otra vez en que los laicos no deben limitarse a “colaborar” con los sacerdotes, sino que están llamados a desarrollar su propia vocación
en medio del mundo, en el trabajo, en la vida social, en la política, en la familia. “Necesitamos laicos bien formados –decía–, animados por una fe sincera y límpida, cuya vida haya sido tocada por el encuentro personal y misericordioso con el amor de Cristo Jesús.”
Y en este camino, la sinodalidad no es un simple método, sino una verdadera vocación eclesial. Francisco nos ha recordado que el camino sinodal comienza escuchando a todos, valorando la diversidad, discerniendo juntos lo que el Espíritu dice a la Iglesia. Así, los laicos no solo tienen voz, sino que también tienen voto, y sobre todo, tienen vida que aportar.
La familia, lugar teológico y escuela de santidad
En la familia, el Papa ha encontrado un verdadero tesoro que defender, acompañar y cuidar. La Exhortación Amoris Laetitia es un canto realista y esperanzador al amor familiar. En ella no se idealiza la familia perfecta, sino que se acompaña con ternura a las familias reales, con sus heridas y sus sueños.
Francisco ha defendido la belleza del amor conyugal, la grandeza de la fidelidad, el valor del diálogo, el arte de la paciencia, la espiritualidad de lo cotidiano. Pero también ha alzado la voz frente a una cultura que muchas veces desprecia el compromiso, debilita los vínculos y deja a los más frágiles —niños, ancianos, enfermos— sin cuidado ni afecto.
Su mirada sobre la familia no es moralista ni ingenua. Es profundamente evangélica: reconoce que cada hogar puede ser un “hospital de campaña”, un espacio de reconciliación, un lugar donde Dios habita. La familia, dice el Papa, “es el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia, a pertenecer a los demás, a perdonarse”.
Un gracias desde el corazón
Por todo esto, y por tanto más, hoy me quiero despedir con un gracias. Gracias, Papa Francisco, por su confianza en los laicos, por recordarnos que no somos espectadores en la Iglesia, sino discípulos en camino. Gracias por su palabra clara, por su testimonio alegre, por su fidelidad a la misión recibida. Gracias por su magisterio, que no se queda en los textos, sino que se encarna en gestos como los que yo mismo he tenido la gracia de vivir.
Gracias, en nombre de tantos laicos, familias, jóvenes, abuelos, catequistas, voluntarios… que se han sentido impulsados por usted a vivir su vocación con alegría y compromiso. Gracias por mostrarnos que la sinodalidad no es solo una estructura, sino una forma de amar, de escuchar y de caminar juntos.
Descansa en el Paz de Dios, Santo Padre. Y no se olvide de interceder por nosotros.
Enrique del Álamo González
Vicario Episcopal para Laicos, Familia y Vida.
Archidiócesis de Toledo

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