España es uno de los pocos países donde la aversión al hecho religioso es utilizada como instrumento ideológico para la conquista de votos.
La propuesta de excluir de los currículos escolares la enseñanza religiosa solo se comprende desde la demagogia puesto que la enseñanza de la religión (católica, evangélica, judía e islámica) está garantizada como un derecho por los diversos acuerdos que el Estado español tiene firmados tanto con la Iglesia Católica (que tienen naturaleza jurídica de tratados internacionales) como con las Federaciones de entidades evangélicas, judías y musulmanas. Se garantiza el derecho a recibirla, pero en ningún caso es obligatoria (Lourdes Ruano).
Esto significa que tal propuesta no va dirigida a personas ilustradas que compartan esta visión estatalista de la educación –y con las que un debate, sin duda, resultaría fructífero– sino a un sector radicalizado y poco ilustrado dispuesto a creerse esta proclama por ceguera visceral.
La mayoría de los países europeos, respetando la identidad de sus ciudadanos, incluyen la religión en el sistema educativo. Incluso la laicista Francia intentó incorporar el estudio del «hecho religioso» con carácter obligatorio antes de que François Hollande llegara al poder. Pero España es un país que no ha superado la dialéctica de la confrontación: lo importante no es levantar un país, lograr una constitución por consenso o mejorar el sistema educativo, por poner unos ejemplos. Lo importante, parece ser, es independizarse por pura confrontación con un Estado que se siente ajeno, aniquilar todas las medidas del gobierno anterior, o utilizar las reformas educativas para atacar al contrincante político.
La torpeza de esta forma de entender la política radica en que se sustenta no en la creatividad que busca el bien común por medio del diálogo sino en la confrontación y aniquilación del adversario.
Algo parecido ocurre con la enseñanza religiosa. La propuesta de una educación que no respete el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones religiosas solo parece un banderín de enganche para los renegados de lo religioso. No para ateos o agnósticos ilustrados conocedores de que tal proclama incumple varios acuerdos internacionales, por ejemplo: “el Estado, en el ejercicio de las funciones que asuma en el campo de la educación y de la enseñanza, respetará el derecho de los padres a asegurar esta educación y esta enseñanza conforme a sus convicciones religiosas y filosóficas» (Convenio Europeo de Derechos Humanos).
Por ello, la incorporación de esta propuesta no parece tener otro asidero que la ignorancia supersticiosa y el resentimiento hacia lo religioso (el resentimiento es el odio surgido de la impotencia, Max Scheler). Un resentimiento que puede haber surgido de la impotencia de haber resuelto en falso el problema religioso: muchos de los que vociferan contra la religión lo hacen desde una concepción infantil de la misma, como si sus convicciones en este terreno se hubieran quedado estancadas en las crisis de la adolescencia. Y por eso es un resentimiento que se escuda cínicamente en el escándalo del comportamiento de cristianos incoherentes: lo mismo en la España franquista cuando la sociedad era cristiana por decreto, que en la actualidad cuando la excepción monstruosa de un sacerdote pervertido, se hace regla. Sin reparar, claro está, en que esa misma identidad cristiana era perseguida en países como Polonia donde el catolicismo fue capaz de reventar los cimientos de la dictadura opresora, desde la solidaridad (Solidarnosc) –¡No desde el resentimiento!-.
Y este resentimiento comparte camino con la ignorancia supersticiosa porque muchas de las críticas planteadas a la religión se llevan a cabo desde la temeridad del ignorante que banaliza la profundidad de un san Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Edith Stein, von Balthasar y tantos grandes genios que han iluminado a la Humanidad desde su experiencia cristiana. Pienso que Nietzsche –un filósofo experto en teología y ateo rabiosamente inteligente– habría vomitado semejantes sucedáneos pueriles de ateísmo.
Fernando López Luengos
Doctor en Filosofía
Con firma¡¡
Sà señor. Bravo¡
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