La mezcla de puritanismo y política produce un daño considerable en la vida pública, y está más extendida de lo que parece. El puritanismo es una evolución del calvinismo, originada en Inglaterra y fuertemente arraigada en Estados Unidos. Resumiendo mucho, Calvino defendía la predestinación, según la cual es Dios quien elige a los que van a salvarse, y les da una fuerza irresistible para vivir santamente, por lo que esa elección (como una bendición) es ya visible en esta tierra con signos de prosperidad y con buenas obras. El puritanismo llevó este pensamiento a un planteamiento de exclusión: si no tienes prosperidad o no eres capaz de mantener una vida decente, es que no has sido elegido ni bendecido (ni lo serás nunca).
El calvinismo, aplicado a la economía, ha favorecido el desarrollo del capitalismo, al convertir la riqueza material en una recompensa espiritual colocándola en lo alto de la escala de valores personal y social. Las consecuencias de esto son incontables, pero no es este el momento de analizarlas.
El puritanismo, aplicado a la política, ha obligado a los políticos a cuidar escrupulosamente su imagen pública, porque un tropiezo moral o legal les condena a la exclusión del grupo de los bendecidos, y por tanto, les convierte en despreciables (malditos). Esta forma de pensar difiere grandemente del pensamiento católico, donde el perdón y la redención son posibles. El pecador puede pedir perdón, expiar su culpa y renovar su condición anterior. En el mundo puritano eso no es posible.
El puritanismo ha estado muy presente en la política de los Estados Unidos. Recordemos medidas extremas como la Ley Seca, o las reprobaciones a presidentes por mentir o por comportamientos inmorales en su vida privada. Forma parte de su presente y de su historia. Lo llamativo es que el puritanismo político está cada vez más presente en la política española: la sobreactuación ante el escándalo, la reprobación política del pasado, la exclusión de la vida pública de los sospechosos… ¿Dónde queda la posibilidad del arrepentimiento? ¿Dónde queda lugar para el perdón? Han desaparecido.
El puritanismo lleva a un callejón sin salida, porque nadie en esta tierra es realmente puro. La política puritana se convierte en una lapidación de lapidadores, donde nadie está libre de pecado y todos se tiran piedras inmisericordemente.
No se trata de hacer la vista gorda ante errores, ilegalidades o malversaciones, todo lo contrario. Se trata de salvar a la persona que ha errado o delinquido pero también ha servido a la sociedad, y de darle la oportunidad de arrepentirse, expiar y volver a servir a la comunidad.
Grupo AREÓPAGO
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