Mes de mayo, mes de las Primeras Comuniones, mes de celebraciones religiosas y familiares y mes donde también llegan las discusiones y riñas entre padres separados o divorciados por la decisión de si “la niña o el niño tiene que o no que hacer la Primera Comunión”.
Este problema, cada vez más frecuente, surge porque alguna de las partes se niega a que su hijo reciba el Sacramento de la Eucaristía. Las razones para no ponerse de acuerdo pueden ser muchas y muy variadas: no son creyentes; no están de acuerdo con la educación religiosa del menor; no es el deseo del niño o niña; no es el mejor momento en la vida para celebrar este acontecimiento… Sin embargo, en la mayor parte de los casos, la verdadera razón radica en la oposición radical a todo lo que decida la parte contraria. El enfrentamiento es tal, que en ocasiones la falta de acuerdo conduce a que sea un juez quien se vea llamado a determinar si el menor puede o no celebrar la Primera Comunión. Ello suele ocurrir cuando el niño está en el último año del curso de Iniciación Cristiana y, además, ya ha sido bautizado y cursa la asignatura de religión decisión de los padres adoptada antes de iniciar los trámites del divorcio o separación.
Ciertamente, llama la atención que haya de ser un juez quien decida sobre la recepción de un Sacramento tan importante para la vida de un cristiano, como es la celebración de la Primera Comunión.
Judicializar la vida espiritual de los hijos como consecuencia del egoísmo y la soberbia de los progenitores no sólo es contrario a toda lógica; resulta, además, contraproducente para el propio menor. ¿Tan difícil es pensar en el bien espiritual de nuestros hijos?
GRUPO AREÓPAGO
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