Dicen que la información es poder. Hoy vivimos una sociedad “hiperconectada” en la que sin quererlo y sin apenas darnos cuenta estamos controlados. Las empresas que tienen nuestros datos personales saben prácticamente todo de nosotros. Las nuevas tecnologías y las redes sociales nos han hecho mucho bien pero también han supuesto que nuestra privacidad esté en entredicho. Uno puede decidir no tener mensajería instantánea, ni estar en las redes sociales, pero ya el simple hecho de tener un correo electrónico o tener wifi aporta información.
Los datos personales que ofrecemos a las compañías valen más que el oro, porque con nuestros hábitos y nuestros comportamientos estamos dando sin querer mucha información a las empresas, y esa información es la que les da el poder para comercializarla a precios inimaginables.
A principios de enero el todopoderoso WhatsApp anunciaba que iba a cambiar las condiciones de servicio y que compartirían datos de usuarios con su matriz Facebook. Aclaraba que no iba a afectar a los usuarios de la Unión Europea, algo que nunca se creyó. WhatsApp es la mayor red social del mundo, con 2.000 millones de usuarios. Una de cada cuatro personas tiene esta aplicación. La primera es Facebook, por lo tanto, todo queda en casa.
Mientras Filomena y el coronavirus se hacían con las portadas de los informativos las noticias sobre WhatsApp en los telediarios generalistas eran inexistentes. Una red social con millones de usuarios decide que cambiando la privacidad podría compartir datos con su matriz. ¿Qué supondría esto? WhatsApp en el comunicado que ha emitido a mediados de enero insiste “en que no comparte nuestros contactos con Facebook, no guarda los registros de nuestros mensajes ni llamadas, y que ni WhatsApp ni Facebook son capaces de leer los mensajes, al estar cifrados de punto a punto”.
Ante el revuelo que ha habido por la enorme desinformación que ha existido WhatsApp ha dado marcha atrás y dejará para el mes de mayo la entrada en vigor del cambio en sus condiciones de uso. En apenas diez días se dieron de baja muchos usuarios y se produjo un éxodo de usuarios a otras plataformas que poco a poco se van haciendo hueco. Los usuarios buscaron nuevas alternativas a este control que nos quieren imponer, y que llegará sin enterarnos. Eso asustó a WhatsApp y reculó.
Se suele decir que nadie da duros por pesetas, y menos este tipo de empresas tecnológicas que existen para crecer cada día más. Estamos totalmente desprotegidos en lo que a nuestra seguridad se refiere, aunque los grandes magnates de las redes sociales digan lo contrario. Una red social como WhatsApp aprovecha su fortaleza y su poder con toda la información que posee de nosotros mismos para sacar beneficio. La privacidad es negocio.
Los ciudadanos no somos conscientes de falta de seguridad y de protección de nuestros datos en relación a las redes sociales. Nos volvemos conformistas, pero aquello que contamos, en la hora en la que lo narramos, la foto que compartimos, el comentario que hacemos, no solo le importa a quien lo recibe, sino que seamos conscientes de que tiene mucho valor y habla de nosotros. Es necesario y es prioritario que los Gobiernos realicen una firme regulación sobre la venta de datos personales. Existen Reglamentos europeos, pero ¿Quién los conoce? ¿Se informa de ellos? Las políticas de privacidad de datos para los ciudadanos en general son desconocidas. Usamos los servicios que nos ofrecen estas aplicaciones, pero ¿sabemos algo de los riesgos? Estas noticias que nos afectan en nuestra forma de comunicarnos necesitan también que se den a conocer, porque lo que no se conoce no existe.
GRUPO AREÓPAGO
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