¨El libro del Buen Amor¨ es una composición extensa formada por más de mil setecientas estrofas atribuido al Arcipreste de Hita. Esta obra se sitúa en el cenit de lo que se conoce como ¨Mester de clerecía¨ y en ella a modo de apuntes autobiográficos el susodicho Arcipreste se interna en la sociedad bajomedieval española a la vez que narra historias de diversa índole. Una de las más conocidas es la que da nombre a este artículo y que describe de forma alegórica la batalla entre Don Carnal, un hombre gordinflón y bajito muy dado a todos los placeres del buen vivir y Doña Cuaresma, a quien se representa como una vieja delgada y austera provista de siete piernas, una por cada semana de duración de este periodo. La primera contienda acaba con la victoria de Doña Cuaresma. Esta, como tantas otras historias pertenecientes al imaginario popular nos hacen adentrarnos en ese delgado hilo que separa lo sagrado de lo profano y que se manifiesta de forma latente en la celebración del carnaval al cual seguirá el periodo cuaresmal. Una forma de abordar el espíritu humano y sus tentaciones.
Si recurrimos a la etimología, la palabra castellana ¨carnaval¨ parece proceder de la italiana ¨carnevalere¨ (quitar la carne) aunque muchas son las teorías acerca de su significado. Su origen tampoco es claro. Las hipótesis más audaces le sitúan en tiempos sumerios, otros hablan de los celtas y por supuesto también encontramos indicios en las denominadas Bacanales romanas, fiestas en honor del dios Baco celebradas en el paso del solsticio de invierno al equinoccio de primavera. De una forma u otra, son días en los que todo está permitido, días de profunda transgresión en los que independientemente de la cultura de la que hablemos, según el antropólogo Jesús Calleja hablamos de dos principios básicos: la inversión y la reversión. Esto es, la inversión del rol que cada uno tiene el resto del año y la reversión de la personalidad oculta.
Dentro de este imaginario popular el carnaval se identifica con diversión y jolgorio, un momento para el desenfreno que en muchas ocasiones se lleva hasta el extremo. Es sobradamente conocido que en ciudades como Rio de Janeiro, donde el carnaval es fiesta nacional, durante su celebración se suelen cometer más asesinatos y tropelías al ampararse en la muchedumbre y el disfraz. Mientras, la Cuaresma se identifica con la penitencia y la tristeza. Un tiempo de ayuno en el que la nota dominante es el recogimiento y la oración. Irremediablemente carnaval y cuaresma caminan de la mano a modo de opuestos.
Sin embargo, sería bueno entender el carnaval no como fiesta que nubla el entendimiento y la conciencia sino como una expresión más de la exultación del espíritu humano adaptada a cada lugar y a cada contexto cultural. Un proceso inversivo o reversivo desde un punto de vista antropológico, pero una oportunidad de disfrutar del goce y de la alegría. Una fiesta que se encuentra en la antesala de un periodo espiritual enormemente importante para todos los cristianos en el que no deben primar la tristeza o la apatía sino el espíritu de esperanza que nos abre el camino de la resurrección, la mayor de las exultaciones humanas para un creyente.
Por cierto, Don Carnal y Doña Cuaresma libran una segunda batalla. Esta se realizará el Domingo de Ramos y en esta ocasión será Don Carnal quien gane acompañado de Don Amor. A buen entendedor, pocas palabras bastan.
GRUPO AREÓPAGO
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