Están de moda. Bolsos, zapatos, relojes…, hijos. El Reino Unido acaba de aprobar la posibilidad de fecundar in vitro embriones con ADN de tres padres diferentes, con el objetivo de paliar enfermedades hereditarias. El procedimiento consiste en implantar el núcleo del óvulo de una madre portadora del “error” genético en el interior de un óvulo sano perteneciente a otra mujer para posteriormente fecundarlo con espermatozoides del padre. De este modo disminuye el riesgo de transferir al hijo enfermedades mortales… a cambio de fecundar varios óvulos para poder conseguir el niño tan esperado y a costa de descartar a los sobrantes, sus hermanos, tan hijos como el elegido.
No es una buena noticia. Un hijo debe ser el fruto del amor entre un hombre y una mujer y no un producto deseado y conseguido por encargo. Además, rechazar embriones implica no aceptar a nuestros hijos como son, con su carácter único e irrepetible; fecundarlos con células de tres personas diferentes supone diluir el concepto de paternidad y maternidad; elegir uno tiene como consecuencia autoproclamarnos creadores–sin ser perfectos–y no colaboradores con la Creación.
Optar por hijos de diseño es romper con el sentido de gratuidad que supone recibir un hijo por medios naturales, también presente en los padres que, no pudiendo tenerlos, optan por la adopción; conlleva no aceptar a la persona tal y como es, configurada por la unión espontánea (y maravillosa) de un óvulo y un espermatozoide, con sus respectivas cargas genéticas; evidencia la concepción deuna paternidad basada en el egoísmo y no en la entrega.
Es la paradoja de nuestros días: mientras que, por un lado, se concibe en general tener un hijo como producto de diseño, por otro lado se trata como simple conjunto de células a los seres humanos no nacidos. Son los Santos Inocentes del siglo XXI.
Grupo AREÓPAGO
Deja un comentario de forma respetuosa para facilitar un diálogo constructivo