Ganar el relato

Existe un fenómeno sociopolítico y cultural que en la Historia siempre ha tenido una gran trascendencia para el desarrollo de los grupos sociales, ciudades y naciones: es el conocido como “opinión pública” o “voz del pueblo”. Este término sociológico que se puede definir como la estimación o valoración -siempre genérica y anónima- que hace un grupo social sobre un determinado hecho o acontecimiento en relación con la vida sociopolítica, económica, cultural…, e incluso religiosa, ha sido y es un fenómeno social de gran influencia en la vida de los pueblos, pues se ha utilizado para alcanzar el poder por determinados grupos o personas. En el pasado histórico se ha manifestado a través de múltiples y diversos instrumentos para hacerse visible en la sociedad, y ha servido de veredicto para alcanzar objetivos de gran calado humano y social en la vida de los pueblos. Alguien hace tiempo lo calificó como “la Reina del Mundo”.

El mundo de la política no vive ajeno a todos estos instrumentos creadores de opinión. En la llamada nueva política, transformada muchas veces como nuestra vida misma en un espectáculo, populista y demagógico, que tiende en muchos momentos a reproducir el pan y circo de otros tiempos pasados, se está imponiendo con una fuerza arrolladora una nueva fórmula sociológica dentro de la clásica opinión pública y publicada: “ganar el relato”.

El relato como sinónimo literario de narración o cuento, tiene también en el diccionario de la RAE la siguiente acepción: “Reconstrucción discursiva de ciertos acontecimientos interpretados en favor de una ideología o de un movimiento político”. Este sentido textual se ha constituido hoy en la vida política como principio clave y principal para obtener o mantener el poder. En la actualidad se escucha decir a muchos políticos sin ningún tipo de rubor “hay que ganar el relato”. Es decir, reinterpretar los hechos a su manera para desfigurarlos o manipularlos con la única finalidad de influir en la opinión pública. Importantes expertos en la sociología de la vida política han llegado a expresar que para “alcanzar el poder y mantenerlo hay que ganar la batalla comunicativa”. De ahí que en los partidos políticos no se escatimen esfuerzos para mantener medios, asesores y personal experto en crear y recrear relatos -o fabricar contra relatos-, y utilizarlos políticamente. Sería legítimo y éticamente aceptable si tuviesen como objetivo basarlos en hechos y argumentos veraces, y respetuosos con las ideas de los demás; pero resultan inaceptables cuando se utilizan para manipular la opinión pública construyendo o deconstruyendo la imagen de sus líderes a  conveniencia, intentando crear estados de ánimo movilizando emociones y sentimientos, ocultando los datos que no favorecen a su grupo, o repitiendo una y otra vez las sospechas para que aparezcan como verdad, etc,

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Seguramente con estas formas de utilizar la comunicación y los relatos se podrá ganar la batalla del poder, pero sin duda se perderá la batalla de la ética política y la democracia, que es la que hace crecer la convivencia y el bienestar de un pueblo. El Papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti cuando habla de las nueva formas de colonización cultural actual ilumina este fenómeno social señalando que “un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración es vaciar de sentido o manipular las grandes palabras…; la política ya no es así una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común, sino sólo recetas inmediatistas de marketing que encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz.

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