Hace más de año y medio que vivimos una situación que la mayoría denominan “no normal”, y que otros prefieren llamarlo “pandemia de covid 19”. Recuerden: los primeros meses fueron de “confinamiento” casi total; el resto del tiempo ha transcurrido de sorpresa en sorpresa, con “ingenuidades”, si se pueden denominar así, del Gobierno de España; en otras ocasiones, con triunfalismos ridículos, que tanta gente cree. Incluso fueron muchos los que salieron a festejar, por ejemplo, porque ya “no es necesaria la mascarilla en la calle”. Han sido también meses de estadísticas, de tantos por ciento de contagiados por cada 100.000 habitantes; igualmente con tasas de vacunación esperanzadoras, aunque tarda en llegar la tasa suficiente como para alcanzar el nivel de protección de “rebaño”.
Pero el coronavirus se comporta del mismo o semejante modo: llega, nos impacta, casi consigue abrirnos los ojos ante el hecho de que la existencia, la vida, no nos pertenece, de manera que nos haga descubrir la grandeza de que cada uno de nosotros somos un puro don de Dios. Pero no. Casi seguimos igual. Recuerden los festejos que se organizaron por el fin del estado de alarma. Rosa Montero, columnista de El País, pensaba entonces que la pandemia “debería habernos enseñado algo respecto a la vibrante y única verdad del presente, de este instante exacto en que vivimos”.
Rosa Montero es pesimista y se atreve a decir que no hemos aprendido nada; siempre proponemos para otro momento la ocasión para tomar conciencia del vivir. Como si el presente solo fuera una “estación de paso” y nosotros pasajeros hacia una meta, a la felicidad a la que jamás se llega: solo el hoy existe, el aquí y el ahora. Esta es la opinión de esta escritora. Y esa es, a su entender, la mala noticia.
¿Cómo vivimos nosotros, los cristianos, el aquí y el ahora? Buena pregunta que hay que contestarse a uno mismo y proclamarla después a los demás. Es una pregunta seria, nada abstracta, porque entre nosotros se han dado muertes de seres queridos, familias heridas, pruebas de resistencia en médicos y personal sanitario. También paro, empresas que han cerrado, dudas del porvenir de trabajo, tantas y tantas cosas, incluidas las tonterías humanas que han brillado por insensatez y otras componendas.
Por supuesto, hay una manera distinta de mirar el presente, que nos toca vivir, a la propuesta por la columnista de El País, sea cual fuera lo que le ha sucedido a cada uno. ¿Acaso te has dado cuenta de que lo que pasa en tu vida no pasa en ti porque alguien te está castigando, sino porque hay Alguien que te ama y está contigo en esta tempestad y en otras muchas? Pero, ¿cómo sabes que hay Alguien que te ama? ¿cómo lo sabes?, nos preguntan. Tal vez no sepas decirlo, expresarlo. Se puede contestar: “Porque puedo dialogar con Él; porque es una Presencia que no te abandona desde la mañana a la noche; cuando entiendes que no puedes con nada, Otro te sostiene”. Las respuestas a estas preguntas, en cualquier caso, son vitales para ti y para la sociedad en que vivimos, que precisamente tiende sólo al “hoy, aquí, ahora”, como se puede deducir de tanta gente que, el día del fin del estado de alarma, salían ansiosamente a las calles y plazas esperando volver a “disfrutar de la noche, de volver a poseer la vida”.
Ciertamente, los hombres y mujeres no aprendemos de lo que nos sucede, y volvemos a hacer las mismas tonterías, a vivir al tran tran, como si estuviéramos jugando al mus. Por eso tantas veces posponemos para el futuro el conseguir la felicidad: “seré feliz cuando llegue al destino”. Y, así, muchos de nuestros contemporáneos afirman que “la mala noticia es que jamás se llega a esa felicidad: “Solo el hoy existe, el aquí y ahora”.
Nosotros, quienes admitimos una trascendencia por la gracia de Jesucristo y apoyados en nuestra razón, tenemos que desmentir esa “mala noticia”. Lo nuestro es la Buena Noticia del Evangelio. El hoy, la realidad del presente hemos de vivirla de otro modo, porque estamos seguros de que no basta “Solo el hoy existe, el aquí y el ahora”. Y lo sorprendente, además, es que “el hoy, el aquí y el ahora” remiten a Cristo, testimonian a Otro que nos está dando la vida. Y eso es dar razón de la vida, no de la muerte o el sufrimiento. No se trata tampoco de un sentimiento. Es que Dios me está abrazando ahora porque me hacer existir. Nosotros no nos damos la vida. Quien da la vida es Dios con nuestros padres. Si solo existen el hoy, el aquí y el ahora, nos parece que todo se acabó. Y no es así, pues justo es ahí donde empieza todo. Siento que Dios me está abrazando. Y esto es también un acto de la razón.
El cristiano, y cualquiera que acepte la trascendencia en su vida, sabiéndose criatura goza con lo que le queda en lugar de quejarse por lo que ha perdido o le ha sido arrebatado. No es acertado juzgar que, para recuperar su propia humanidad, el hombre moderno haya de fundamentarse solo en la autonomía que regula la razón pura y no depender de nada ni de nadie etsi Deus non daretur (como si Dios no existiera). El hombre moderno ha ido erigiendo una cultura, en efecto, que tiene una consecuencia lógica. Según Joseba Arregui, exconsejero del Gobierno Vasco, recientemente fallecido, “<el hombre> inmerso en su propia autonomía relega la fe cristiana al ámbito de la privacidad. La fe cristiana no puede renunciar a su referencia fundamental que es la fe en el Dios que ha creado el mundo de la nada, a la heteronomía”. (Joseba Arregui, Paralelismos y contra-propuestas: diario El Mundo, 6.8.2021).
He aquí la razón por la que la vida de un cristiano es don de Dios, porque de Él la ha recibido. Pero, además, ha recibido la vida total, su vida en Cristo en los sacramentos de la Iniciación Cristiana, formando parte de la Iglesia, compañía necesaria. Lo cual le lleva a experimentar que ha de contar con sus hermanos ahora, los de cerca y los de lejos, los sanos y los infectados en la quinta oleada o cualquiera que venga. El amor de Cristo hoy nos impulsa: “ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí” por su misericordia, no por mis pobres fuerzas. A Él sea la gloria por los siglos.
+Braulio Rodríguez, Arzobispo emérito de Toledo
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