Las reacciones de muchos grupos políticos, de instituciones sociales de variado tipo, de tantas personas, la llamada “la gente gente”, muestran que la pandemia nos ha cambiado poco, ni ha cambiado nuestra sociedad. Yo diría que no hemos aceptado en este campo la verdad ni la buscamos. Se trata, en efecto, de ver la realidad de las cosas, de nuestra situación, esa a la que nos ha llevado el covid 19 y la manera que tenemos de encarar una pandemia tan universal. Entiendo que nuestra situación es compleja, pero nada cambiará si no aceptamos que tenemos que cambiar nosotros, para que la realidad de las cosas nos ayude a ir por un camino distinto, sin obviar la verdad.
Nos han ayudado un poco a caer en la realidad de lo que ha pasado y sigue pasando muchos periodistas de vocación; también muchos medios de comunicación, que han sido nuestras ventanas, y nos han ayudado a entender cuanto estaba pasando. La pandemia no son sólo cifras, son ante todo personas que viven en distinto grado el coronavirus. Este es el periodismo que se ejerce con nobleza, que nos ayuda a superar nuestra miopía existencial y nos abre espacios para la discusión y el debate. En general, no hay debate, hay gritos, filias o fobias sobre este o aquel tema, sobre esta o aquella persona que ha opinado de la manera que fuera.
Porque ha habido también desinformación, difamación y fascinación por el escándalo, la posverdad y las falsas noticias para hacer daño. Detrás de grandes grupos de comunicación no es raro sentir que lo que se busca es sencillamente el poder (“il potere”, como gustan decir los italianos), sobre todo el poder económico. Convenía, por ejemplo, persuadir a la gente de que muy pronto todo va a estar bien como antes, sin cambiar nosotros, o difundir tal o cual especie de noticia o juicio que únicamente es pura ideología. Decidme si no cómo juzgar, de otra manera, las leyes aprobadas por el Parlamento sobre Educación y sobre la Eutanasia.
Pero sin duda también las redes nos permitieron estar en contacto y comunicación con los nuestros; igualmente, en los meses de confinamiento, pudimos asistir a la celebración de la Eucaristía o “estar presente” en momentos de oración, aunque faltara ese sentido tan determinante en los seres humanos que es el tacto, pues, como dice el Papa Francisco, nacimos para estar en contacto y no solo para estar en conexión.
Esta crisis nuestra es mala en sí misma, pero puede desenmascarar nuestra vulnerabilidad real, y exponer las falsas seguridades en las que hemos basado nuestras vidas. Es momento, pues, de hacer memoria con honestidad, de adueñarnos de nuestras raíces. Algo muy importante y necesario para el futuro inmediato. Durante mucho tiempo los católicos hemos pensado que lo nuestro no es la política de partidos. Bien, es razonable, pero ocurre que con nuestra manera de entender lo natural y lo espiritual/sobrenatural, al tener poca presencia pública en nuestra sociedad, hemos empujado la fe religiosa y a la Iglesia al ámbito exclusivo de lo interior, de lo privado del ser humano, y hemos dejado el campo entero para que los que tienen una concepción del mundo muy alejada de Dios Creador y Salvador del género humano actúen sin encontrar oposición en la opinión pública. Y así nos va.
Podemos decir que estamos en un mundo enfermo, aunque haya muchos entre los nuestros que están sanos. Quiera Dios que la crisis nos impulse a trabajar por un mundo sano. Porque el mundo es el don de Dios a nosotros. El relato bíblico de la creación lo repite constantemente: “Y vio Dios que era bueno” (Gén 1,12). “Bueno” significa “abundante”, “vivificante”, “bello”. Y la belleza es, precisamente, la puerta de entrada a la conciencia ecológica. Otra tarea irremplazable que hemos de emprender. Se trata de la gloria de Dios que se expresa en la belleza de todas las cosas creadas. Y si alguien te da un regalo hermoso y valioso, ¿lo trataremos con desprecio? Si lo valoras, lo cuidarás, lo respetarás y te sentirás agradecido. El daño a nuestro planeta y a sus hijos más pobres nace de la pérdida de esa conciencia de gratitud. Nos hemos acostumbrado a poseer y poco o nada a agradecer.
Si queremos un mundo distinto, hemos de tomar más conciencia de esta verdad, porque, de lo contrario, ¡corremos tantos riegos de nuevas pandemias! No es momento de considerar ahora el tema de la ecología y la ecología humana, tema apasionante y que entra de lleno en la doctrina social de la Iglesia. Pero si, al menos, caer en la cuenta de que nada bueno es para los hombres y mujeres que dicen creer en Dios no dar gracias al Señor por lo que nos rodea, por lo creado. Porque, al final, pensamos que todo depende de nosotros y de una ciencia experimental y una tecnología, en el fondo, abstractas. No nos lo podemos permitir. Si nos sentimos vulnerables, lo mejor es unir nuestros esfuerzos por algo que es posible.
En opinión del Papa Francisco, una humanidad impaciente con los límites que la naturaleza enseña es una humanidad que no ha podido subordinar el poder de la tecnología. Significa esto que la tecnología dejó de ser nuestro instrumento y se convirtió en nuestro amo. Nos hacemos intolerantes con nuestros límites: si se puede hacer una cosa y es rentable, no vemos ninguna razón para no hacerlo, pensamos. Comenzamos a creer en el poder, confundiéndolo con el progreso. Nos volvemos sordos así al grito de los pobres y al grito de la naturaleza. El Papa recalca: si pensáis que el aborto, la eutanasia y la pena de muerte son aceptables, a nuestro corazón le va a resultar difícil preocuparse por la contaminación de los ríos y la destrucción de la selva.
+Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo emérito de Toledo
Recogiendo parte de la reflexión de D. Braulio desde mi humilde opinión,creo que en la pastoral actual de nuestra Iglesia tenemos una laguna importante de promoción de la doctrina social De la Iglesia.
Ofrezco una breve reflexión, que estamos haciendo mal, con la cantidad de parroquias que tenemos repartidas por toda la geografía espańola, colegios católicos, Universidades Católicas, hermandades que no incidimos en la mentalidad de la sociedad y a veces ciertas colectivos tienen más incidencia