Firma invitada de don Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo emérito de Toledo: «Nosotros somos vulnerables, pero nuestra fe es sólida»

Sí, nosotros somos vulnerables, y la pandemia lo ha mostrado con toda clase de signos. Pero nuestra fe es sólida, porque no se fundamenta en nosotros sino en Dios y su Hijo Jesucristo. Ciertamente podemos comenzar con experiencias concretas, y desarrollar a partir de ellas una explicación del bien ciertamente sin necesidad de hablar de Dios, pero ¿dónde fundamentamos ese bien? Dios importa a la hora de considerar el bien y, a la vez, las cosas importantes solo tienen sentido cuando pueden ser vistas en el esplendor de la luminosidad de Dios que les da su existencia.

Pero, además, este Dios ha hablado, se ha dirigido a nosotros. Nosotros no hemos construido nuestra fe; su solidez viene de Dios por Cristo en el Espíritu Santo. Y esta solidez no pasa. El cardenal Jean Danielou (1905-1974), profesor con una fecunda labor de alta investigación, se dedicó más tarde a lo que podríamos llamar periodismo religioso en el mejor sentido del término. Él escribió una serie de libritos en que pretende iluminar la fe de un más amplio círculo de lectores. Entre estos libritos hay uno cuyo título es significativo: La fe de siempre y el hombre de hoy (1969). En él, con claridad y elegancia de estilo, viene a decir dos cosas: exponer en qué consiste propiamente la fe cristiana frente a otras formas de religiosidad y presentar brevemente los fundamentos de nuestra fe en Jesucristo. Aquí nos interesan sobre todo las palabras con las que el Cardenal cierra este libro:

“Hoy es una responsabilidad esencial del pueblo cristiano adquirir conciencia de que la fe que ha recibido, a la que sigue adherido, conserva la totalidad de su valor. Es igualmente un deber del pueblo cristiano reafirmarse en esta fe, profundizarla mediante un conocimiento más sólido, interiorizarla mediante la oración. Si hacemos esto, no tendremos ninguna inquietud respecto al porvenir”.

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El cristiano de hoy necesita tener el convencimiento de que su fe en Jesucristo no es un edificio viejo y ruinoso que se vendrá abajo a la menor sacudida de la “crítica” culta. Para ello precisa un conocimiento religioso más sólido, conociendo la Escritura Santa y su interpretación; necesita igualmente de la lectio divina. Sólo así podrá ver no sólo que el hombre moderno puede creer en Jesucristo con una fe que no es candidez propia de tiempos pasados, sino también que esa fe en Jesucristo es algo más necesario para su vida que el pan de cada día.

Respecto a las Sagradas Escrituras, es preciso convencerse de que no puede ir un católico por la vida sin afrontar las dificultades que se presentan en muchos capítulos de los libros bíblicos y conocer una serie de cosas básicas, para no quedarse enmudecido cuando alguien le diga, por ejemplo, “¿Cómo hacer creer a unos hombres y mujeres de este siglo de exploración planetaria que la primera mujer fue formada de una costilla del primer hombre o que todas las desgracias del mundo proceden de que haya querido comer una manzana, o que Dios ha creado este mundo en seis días?”.

Yo no puedo ahora en estas líneas dar toda una introducción o vadecum bíblico. Pero lo que no podemos hacer es volver a caer en el mismo pozo: vivir la vida diaria y su lucha y dejar para otro ámbito las cosas de mi fe, como si viviéramos en dos pisos juntos y completos, de modo que, cuando me interesa, subo al piso de arriba (lo espiritual/sobrenatural) y en otras ocasiones me quedo en el de abajo para otros asuntos. Volvemos con esta actitud a dejar libre todo el campo para los que quieren precisamente que la fe para nada sea tenida en cuenta, con lo cual la esa fe no influye prácticamente en nada en la vida diaria, en la vida de la calle, o de las periferias.

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Dicho esto, hay que rechazar de plano la incompatibilidad entre la ciencia y las Sagradas Escrituras, y ese sentimiento difuso de que esto no es, en realidad, importante. Porque en ello hay mucho de ignorancia y de falta de esfuerzo. Un cristiano medianamente instruido sabe que es perfectamente posible conciliar, en el estudio de esos textos sagrados, la crítica literaria más exigente con la fidelidad más exacta a las revelaciones divinas que contienen. Para ello, es indispensable que se les explique y que se quiera aprender. No hay contradicción alguna entre las verdades ciertamente reveladas en los textos, y las verdades ciertamente establecidas por la ciencia experimental. Por tanto, la labor más urgente es la de eliminar obstáculos en este terreno. En realidad, la Iglesia ha advertido siempre que los textos de la Biblia debían ser explicados por los que tienen autoridad para ello, pues de otro modo podrían llegar a interpretarse erróneamente.

Un ejemplo: el tema fundamental de los primeros capítulos del libro del Génesis, al hablar de la creación, representa una polémica contra la idolatría cananea, la tierra donde se asientan los hijos de Abraham que vinieron de Egipto, que conduce a una idolatría, al culto a los dioses falsos –y, en particular, a la serpiente–. Frente a esta idolatría antigua, dan testimonio los textos del solo Dios verdadero, Creador del cielo y la tierra y, sobre todo, del ser humano.

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Ahora bien, esto nos enfrenta más que con las ideologías antiguas; nos enfrenta con la verdadera idolatría moderna, que es la pretensión del hombre de no necesitar más que de sí mismo, y de no reconocerse dependiente de nadie y de nada. De esta manera, representa la mutilación del ser humano, que ya no se interesa más que por la técnica, y a quien falta la dimensión de la adoración. A los hombres y mujeres de hoy hay que recordarles que un ser humano sin Dios no es digno de su condición humana, y que una sociedad sin Dios es una sociedad inhumana. En el fondo, esta tarea ayuda, ante todo, a la misma razón humana, que no funciona bien sin la verdad.

Este es el mensaje contenido en el Génesis, que plantea –desde su comienzo– el destino y el fin del hombre, ya cuando se encontraba en el paraíso. Algo de rabiosa actualidad: saber por revelación cómo había tenida lugar la creación del hombre y la mujer, y el drama espiritual que trastornó los designios divinos.

+Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo emérito de Toledo.

Para quienes deseen profundizar en esta cuestión, pueden consultar la Carta Pastoral para el curso 2016-2017: Conocer las Escrituras es verdadero alimento y verdadera bebida, Toledo 2016 https://www.architoledo.org/wp-content/uploads/2017/06/2016-Carta-Pastoral-web.pdf

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