¿Es posible vivir como cristianos en la actualidad?

¿Cómo ha de ser nuestra tarea en la sociedad en la que vivimos los que creemos en el Dios Trino y Uno? Me refiero, por supuesto, a encarar la vida de fe que compartimos con nuestro entorno, familia, grupo apostólico, hermanos de la comunidad parroquial; también con los que se han alejado de la Iglesia estando bautizados, y con los indiferentes o con los que no comparten nuestra fe cristiana. Se trata de dar testimonio de Jesucristo y de vivir la vida según el ejemplo que Él nos ha dejado. Hablemos de nuestra vida, de la vida de los hijos de la Iglesia, que viven (vivimos) en tan diferentes situaciones, espacios y coyunturas diversas. Hablemos de lo que nos ocurre ahora, en junio y julio de 2023, no de abstracciones. Hablemos sobre todo de la libertad y el avance en nuestro vivir cotidiano en la fe de Cristo.

Si queremos derribar a cualquier tirano que nos impida vivir con dignidad, estando seguros de la recta actividad en el mundo, que proviene de la fe en Jesucristo, no podemos hacerlo con la doctrina del constante progreso humano, sin Dios; pero sí podemos hacerlo con la vieja doctrina del pecado original. Si queremos acabar con las crueldades presentes o alentar a las poblaciones abatidas, no lo podemos hacer con la “teoría” científica de que la materia origina la mente; solo lo podemos hacer con la “teoría” de que la mente origina la materia. Si deseamos despertar en la gente el compromiso social y la constante búsqueda de la mejora, no ayudará mucho insistir en un Dios simplemente Inmanente y en la luz interior que hay en el ser humano: porque, en el mejor de los casos, les llevará a quedarse contentos y tranquilos, pero sin resolver nada vital para el ser humano.

 Les ayudaremos mucho más si insistimos en el Dios trascendente y en el brillo magnífico y huidizo del cielo: porque eso suscita una inquietud divina. Si queremos, además, exaltar al marginado y al crucificado, preferiremos pensar que el crucificado, Jesucristo, era el verdadero Dios, más que solo un sabio o un héroe. Y, sobre todo, si queremos proteger a los pobres, estaremos a favor de las reglas y los dogmas claros. Las reglas de un club o asociación a veces favorecen al socio pobre, pero la tendencia general del club o asociación siempre favorece a al rico.

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Un agnóstico razonable, si está de acuerdo con lo que he expuesto, podría decirme: “Has encontrado una filosofía práctica en la doctrina de la caída del ser humano; muy bien, nos has mostrado una verdad en la doctrina del pecado original; estupendo. Estás convencido de que los que adoran a un Dios personal miran hacia fuera; los felicito. Pero suponiendo que esas doctrinas llevan a esas verdades, para ser moderno, ¿por qué no tomar sencillamente esas verdades y olvidarse de las doctrinas? ¿Por qué no se puede aceptar la debilidad humana sin necesidad de creer en la Caída? ¿Por qué no tomar sin más la idea de peligro y dejar la idea de la condena, que repugna a sensibilidad “moderna”? ¿Por qué no tomar el fruto y dejar la cáscara? ¿Por qué no puede usted tomar simplemente lo que es bueno en el cristianismo, lo que se puede considerar valioso, lo que es comprensible, y dejar todo lo demás, todos esos dogmas que por naturaleza son incomprensibles?

Esta es la verdadera pregunta y hay que responderla. Si me preguntan solo en un plano teórico, por qué creo en el cristianismo, solo puedo responder: “Por la misma razón que un agnóstico inteligente no cree él”. Pero no se debe culpar al secularista porque sus objeciones al cristianismo sean heterogéneas o incluso inconexas. Pero cuando observo esas variadas convicciones anticristianas, descubro que ninguna de ellas es verdad. Pongamos ejemplos.

Muchas personas modernas sensatas pueden haber abandonado el cristianismo por la fuerza de estas tres convicciones convergentes. Primera, que los seres humanos, con su forma, estructura y sexualidad, son, después todo, muy parecidos a los animales; somos en el fondo una variedad del reino animal. Segunda, que la religión primitiva surgió de la ignorancia y el miedo. Tercera, que los sacerdotes han estropeado las sociedades al difundir resentimiento y tristeza con la fe y la moral cristiana. Estos tres argumentos anticristianos son muy diferentes; pero todos ellos son bastante “lógicos y legítimos”; y todos convergen.

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La única objeción que se les puede hacer es que son falsos. Que el hombre y el animal sean iguales es, en cierto sentido, una obviedad; pero que, siendo tan parecidos, sean tan increíblemente distintos, ahí está la sorpresa y el enigma. Que un mono tenga manos es mucho menos interesante para el piensa que el hecho de que, teniendo manos, no sabe hacer casi nada con ellas: no toca el violín; no talla mármol ni trincha el cordero asado. Tampoco los elefantes construyen templos con marfil, ni pintan cuadros. Cientos de soñadores modernos dicen que las sociedades de las hormigas y las abejas son superiores a la nuestra. Pero, ¿quién ha encontrado un hormiguero decorado con estatuas de hormigas célebres? ¿Quién ha visto una colmena tallada con las imágenes de las hermosas reinas antiguas?

No, el abismo entre el hombre y otras criaturas puede tener una explicación natural, pero es un abismo. Hablamos de animales salvajes, pero el único que verdaderamente es salvaje es el hombre. Es el único que estalla y se rebela; el hombre es el único que nunca está domesticado y, si se quiere, puede convertirse en un libertino o en un monje. Así que donde termina la biología comienzan las religiones.

Veamos el argumento de que todo lo que llamamos divino comenzó en la antigüedad entre oscuridad y terror. Esto no es un argumento, pues la ciencia no sabe nada de los hombres prehistóricos por la sencilla razón de que son prehistóricos. Algunos conjeturan que cosas como los sacrificios humanos fueron en otro tiempo inocentes y comunes y que desaparecieron gradualmente; pero no hay pruebas de esto y sí las hay de modo indirecto en sentido contrario.

En el relato del sacrificio de Isaac (Génesis cap. 22) y el de Efigenia en La Iliada se presenta el sacrificio humano, por el contrario, no como algo antiguo, sino como algo nuevo; como una extraña y espantosa excepción oscuramente exigida por los dioses. La historia no dice nada; y todas las leyendas dicen que la tierra era más amable en sus primeros tiempos. No existe una tradición que nos hable del progreso; pero todo el género humano tiene una tradición que habla de la Caída.

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Y si tomamos el tercer ejemplo (la idea de que los sacerdotes oscurecen y amargan la vida de la gente), sucede lo mismo. Los países que todavía están influenciados por los sacerdotes son exactamente los países donde todavía hay cantos y bailes y vestidos de colores y arte al aire libre. El cristianismo es el único espacio donde se han conservado las alegrías del paganismo.

Hay una explicación que responde a estos tres argumentos en contra: la “teoría” de que el orden natural fue interrumpido dos veces por unas “explosiones” o revelaciones. La primera vez el Cielo (Dios) vino a la tierra con un poder o sello que llamamos “imagen de Dios” que puso al ser humano al frente de la Naturaleza; y la segunda vez (cuando imperio tras imperio los hombres fallaron) el Cielo vino a salvar a la humanidad en la tremenda forma de un hombre. Son dos grandes intervenciones de Dios en el mundo: cuando crea al ser humano a “imagen de Dios” (Gén 1,26-28) y cuando el Hijo de Dios se hace hombre, encarnándose en María.

Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo emérito de Toledo

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