La preocupación por el cambio climático es cada vez más generalizada. El problema de la subida de las temperaturas se podría entender como parte del ciclo de glaciaciones y calentamientos que ha sufrido el planeta a lo largo de su historia, el problema es la velocidad a la que se está produciendo, que impide una ordenada adaptación de los ecosistemas a las nuevas circunstancias. La mayoría de la población y las instituciones asumen este fenómeno como un hecho probado, aunque algunos lo cuestionan. Los datos están ahí, pero son siempre controvertidos, porque unos decenios de medidas fiables, que en general señalan este calentamiento, son poco tiempo (muy muy poco) si lo comparamos con los plazos geológicos. Otro punto que se incluye dentro del común entendimiento sobre cambio climático es el origen de tal cambio: se asume mayoritariamente que es la contaminación del aire por el uso de combustibles fósiles (CO2), que provoca el efecto invernadero, al atrapar los rayos solares en la atmósfera. Tampoco falta polémica en esto, algunos, aceptando el incremento de temperatura, no están tan seguros de que la actividad humana sea la causa, también puede ser debido a los cambios observados en la actividad solar, la inclinación del eje magnético de la tierra, actividad sísmico-volcánica…
Ya seamos convencidos luchadores contra el cambio climático, o escépticos en cuanto al propio cambio o a sus causas, o incluso firmes negacionistas de tal cambio, tenemos que ser conscientes de que luchar directamente contra el cambio climático es poco eficiente, porque este cambio es, en todo caso, una consecuencia, un síntoma, un efecto, no la causa raíz del problema, y resultará totalmente inútil si no se lucha contra las causas en las que podemos influir. Es como luchar por bajar la fiebre sin tratar la infección que lo produce.
Ahí estamos de suerte, tanto los firmes defensores de la lucha contra el cambio climático como los más escépticos e incluso los que no lo reconocen, podemos estar de acuerdo en que la contaminación, sea causa o no del real o supuesto cambio de temperatura, es mala, es evitable y debemos luchar contra ella. Si pudiéramos llegar a este acuerdo, estaríamos de enhorabuena, si logramos estar de acuerdo en eso, podemos ponernos juntos a trabajar: luchemos contra la contaminación y mejoraremos el mundo.
Si miramos a la humanidad desde una perspectiva espiritual observamos también un cambio climático apreciable. La temperatura que envuelve las relaciones humanas no es la de hace unos decenios. Las familias se rompen fácilmente, la violencia es cada vez más frecuente, el lenguaje más agresivo, cualquier afrenta es motivo de discusión, la sensibilidad hacia algunos derechos lesionados (algunos imaginados) se ha disparado, mientras otros se pisotean con indiferencia, el histerismo político es el pan de cada día, el sentimiento generalizado es de frustración, el bienestar vale más que la vida, pero no llena y el miedo al juicio mediático ha tomado el lugar de la conciencia. A pesar del crecimiento del bienestar económico (vivimos mejor que nunca), el malestar espiritual es cada vez más patente (el suicidio es la primera causa de muerte no natural en España).
Pero no nos confundamos en la lucha, estos no son más que síntomas del problema, la causa es más profunda: la contaminación en los corazones, que se han llenado de residuos de combustibles terrenos que nos dejan atrapados en nuestro invernadero, sin alzar la mirada en lo que está más allá de nuestros pobres horizontes. ¿Podremos ponernos de acuerdo en esto?
GRUPO AREÓPAGO
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