El estudio sobre la evolución humana se ha centrado durante años en la búsqueda del primer indicio de civilización. Los análisis en torno a pinturas rupestres, artefactos como anzuelos para pescar o piedras para moler ya nos muestran un signo inequívoco de vida en comunidad y por ende de la aparición de las primeras civilizaciones.
Sin embargo, las declaraciones de la antropóloga estadounidense Margaret Mead (1901-1978) en la Universidad de Columbia arrojaron una luz nueva al respecto. Según ésta, el elemento esencial que nos puede hacer hablar del despertar de una civilización es la aparición de los restos de un homínido en el que se observa un fémur curado. Este hecho tan insólito nos hace ver como con seguridad otro homínido le prestó ayuda y cuidado, lo cual se presentó como crucial en su proceso de sanación. Ningún animal es capaz de seguir este tipo de comportamiento siendo el ¨modus operandi¨ más habitual el abandonar al compañero herido a su suerte.
Las sorprendentes palabras de Mead nos llevan de la mano en una nueva dimensión del ser humano que va más allá de procesos culturales y sociales, más allá de la elaboración de rituales y formas convencionales de la acción. En ellas se nos presenta el ser humano no ya como miembro de un grupo, sino como sujeto de valor absoluto que posee proyección a los demás, esto es, no como un ente desconocido para el otro, sino como un alguien que importa y que es necesario cuidar. No somos humanos porque seamos capaces de crear artefactos en aras de un progreso, que en muchas ocasiones consigue el efecto inverso, y nos arrastra a la más pura ¨inhumanidad¨, somos humanos simplemente porque nos importan aquellos humanos que nos rodean y que desde ese momento dejaron de ser individuos o sujetos para convertirse en personas.
Ayudar y cuidar se convierten desde ese momento en piedra angular de nuestra definición de ser humano pues si algo lo caracteriza es precisamente su noción de fragilidad. No quedan muy lejos los tiempos de la terrible pandemia que asoló el mundo entero y en la que fuimos testigos del valor de palabras como ¨ayuda mutua¨ o ¨solidaridad¨. La individualidad, ese pseudo triunfo de la sociedad contemporánea se muestra insuficiente en este caso y en otros muchos, de ahí la necesidad de alentar el valor de la ayuda y el cuidado en nuestros días, la necesidad de exigir políticas que defiendan y protejan al género humano y que no se centren en el egocentrismo y la pérdida de los valores fundamentales.
Si la evolución que da lugar a la humanidad es fruto de la ayuda, no caigamos en un verdadero proceso ¨involutivo¨ echando por tierra todo aquello que nos ha costado tanto construir. Seamos humanos.
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