Por D. Juan Manuel Uceta
Doctor en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma. Director del Secretariado de Relaciones Interconfesionales de la Archidiócesis de Toledo
Firma invitada del Grupo Areópago
Al escribir estas líneas ya han transcurrido unos días desde la espantosa noche del 13-Nen París. A través de los medios pudimos vivir prácticamente en directo lo que allí estaba sucediendo. El paso de las horas y de los días han ampliado nuestro conocimiento no sólo de esos hechos horribles, sino también de la más profunda dimensión de ellos, la personal, al llegar hasta nosotros las historias y experiencias de víctimas y supervivientes.
Y es en esa distancia temporal y de la mano de tertulianos y especialistas entrevistados como han ido quedando cada vez más claras las líneas editoriales más o menos concordes que han tratado de forjar un determinado “estado de opinión”.
Me ha llamado poderosamente la atención un detalle: apenas se ha dedicado tiempo a analizar el trasfondo religioso del yihadismo radical y violento —al menos, yo no he escuchado ni leído nada al respecto—; más aún, se ha tratado de silenciar positivamente dicho trasfondo. Fueron muy significativas las palabras medidas con las que Mariano Rajoy condenaba los atentados y trataba de situar los acontecimientos: “No estamos ante una guerra de religiones, sino ante una lucha entre civilización y barbarie”. De parte de occidente, ciertamente, no se trata de una guerra de religión. Y podemos afirmar esto por la distinción que hacemos entre el ámbito político o social y el ámbito religioso: son distintos, con su “legítima autonomía” — en expresión del Concilio Vaticano II—.
No es así en el caso del Islam. Para un musulmán el Islam lo es todo: lo cultural, lo social, lo político, lo legislativo y, por supuesto, lo que nosotros, occidentales, entendemos por religión. Para poder captar esta clave habría que mirar a los países de mayoría islámica, donde está implantado “el Islam”, es decir, ese todo al que me refería más arriba —y no tanto al “Islam europeo” o el “Islam español”—.
Un musulmán ve occidente desde esta perspectiva: Europa, España, es “el cristianismo”, del mismo modo que lo que ellos han vivido en los países islámicos es “el Islam”. ¿Qué encuentran en ese “cristianismo”? La devaluación, cuando no desaparición, de valores en la que nos vemos inmersos, resultado de la pérdida del sentido de Dios y de la fe en Él. Para ellos —y no les falta razón, en cierto sentido— es una civilización en decadencia, avocada a su desaparición.
Un horizonte así, lejos de invitar al musulmán a la inserción y la asunción de “nuestro estilo de vida”, crea en muchos de ellos —no digo en todos— la repulsa más profunda. Toman de nuestras sociedades algunos de sus logros —por ejemplo, los del ámbito económico y laboral—, pero en el fuero interno se afianzan en su identidad musulmana, esto es, en los valores y principios profundos que les brinda lo religioso islámico y que no encuentran en “el cristianismo” occidental. Considerado así, “la civilización” a la que se refería Mariano Rajoy, es vista, en cierto sentido, como un peligro que amenaza esa identidad.
Esta mirada trasluce también en las amenazas del yihadismo a “la tierra de la cruz” y, más específicamente, al Papa y al Vaticano —como aparece, por ejemplo, en el n. 4 de Dabiq, la revista oficial del ISIS— por lo que éstos últimos tienen de símbolos de esa identificación occidente-cristianismo. En este caso, se añade un punto de referencia más. Es común a los grupos de tendencia radical —no sólo los violentos— la lectura de la Historia en clave de lucha de religiones. Para ellos las Cruzadas, la Reconquista, Lepanto o Viena, el periodo colonial, la caída del Imperio Otomano, las intervenciones militares de EEUU en Afganistán e Irak, por señalaralgunos momentos más significativos, son vistos como otros tantos momentos de la lucha del cristianismo por erradicar el Islam y de humillación de los musulmanes en las victorias “cruzadas”.
“No todos los musulmanes son yihadistas, pero los yihadistas son musulmanes” lo que sería lo mismo que decir “no todos los alemanes eran nazis, pero los nazis eran alemanes”. Esta frase, pronunciada estos días por un periodista de fama, centra mucho el asunto tal y como trato de exponer en estas líneas.
Oímos decir a muchos musulmanes que el Islam es una religión de paz y se citan ciertos pasajes del Corán como 2, 256: “No hay coacción en la religión”, o lo que aparece en 5, 32: “prescribimos que … quien matara a una persona inocente, fuera como si hubiera matado a toda la Humanidad. Y que quien salvara una vida, fuera como si hubiera salvado las vidas de toda la Humanidad”. Pero junto a estos textos encontramos otros de signo diametralmente opuestos. Sin ir más lejos, en las siguientes aleyas de la cita anterior —5, 33- 34— se lee: “Retribución de quienes hacen la guerra a Dios y a Su Enviado y se dan a corromper en la tierra: serán muertos sin piedad, o crucificados, o amputados de manos y pies opuestos, o desterrados del país. Sufrirán ignominia en la vida de acá y terrible castigo en la otra / Quedan exceptuados quienes se arrepientan antes de caer en vuestras manos”.
Y son citas del Corán también: C 3, 151: “Infundiremos el terror en los corazones de los que no crean”; C 4, 89: “Son creyentes únicamente los que creen en Dios y en Su Enviado, sin abrigar ninguna duda, y combaten por Dios con su hacienda y sus personas”; C 4, 91: “Querrían que, como ellos, no creyerais, para ser iguales que ellos. No hagáis, pues, amigos entre ellos … apoderaos de ellos y matadles donde les encontréis. No aceptéis su amistad ni auxilio”; C 8, 12: “Infundiré el terror en los corazones de quienes no crean. ¡Cortadles el cuello, pegadles en todos los dedos!»”; C 8, 39: “Hallaréis a otros que desean vivir en paz con vosotros y con su propia gente. Siempre que se les invita a la apostasía, caen en ella. Si no se mantienen aparte, si no os ofrecen someterse … apoderaos de ellos y matadles donde deis con ellos. Os hemos dado pleno poder sobre ellos”; C 49, 15: “Combatid contra ellos hasta que dejen de induciros a apostatar y se rinda todo el culto a Dios”; C 46, 32: “Los que no acepten al que llama a Dios (n. b. Mahoma) no podrán escapar en la tierra”; C 47, 4: “Cuando sostengáis, pues, un encuentro con los infieles, descargad los golpes (n. b. de espada) en el cuello hasta someterlos”; C 48, 28- 29: “Él es Quien ha mandado a Su Enviado con la Dirección y con la religión verdadera, para que prevalezca sobre toda otra religión … Muhammad es el Enviado de Dios. Quienes están con él son severos con los infieles”.
¿Cómo se toman estos textos? Hay dos claves en la lectura del Corán por parte de los grupos de tendencia radical entre los que se encuentran algunos de los de mayor influencia en Occidente, como los Hermanos Musulmanes o el Salafismo Saudí. La primera es una lectura literal —no alegórica— de los pasajes. La segunda es la llamada “ley de la abrogación” —ver C 2, 106; 16, 101; 87, 7—, según la cual si hay contenidos contradictorios —en este caso paz/ violencia— ha de seguirse lo último que haya revelado Alah, quedando anulado el contenido de las aleyas primeras que, aunque permanecen en el Corán, serían frases sin valor. Las citas del tenor antes expuestas se ubican en la última parte de las revelaciones recibidas por Mahoma y prevalecen sobre las demás.
Las siguientes líneas no las formulo desde una actitud de desconfianza hacia la sinceridad de las manifestaciones de musulmanes de bien que hemos podido escuchar estos días, sino como forma de indicar un posible camino de solución. Al formular la condena y rechazo de los atentados habría que plantearse una pregunta: “¿porqué?” O, lo que es lo mismo: “¿qué razones pueden darse a un yihadista para decirle que está equivocado?”.
El Islam se caracteriza por una actitud fideísta: Dios ha mandado y el hombre tiene que obedecer, someterse. Si en esa obediencia es posible integrar la razón, entonces se hará, pero si surgen discrepancias, entonces la razón ha de dejarse a un lado, pues no puede ponerse por encima del mandato de Dios.
Volviendo sobre nuestro tema, si Dios ha mandado “sembrar el terror”, ¿porqué lo que hace un yihadista está mal?; si Dios ha mandado degollar a los que se resistan a la fe ¿porqué lo que se está haciendo en Siria por parte de ISIS no se puede aceptar?…
La respuesta del musulmán que siente verdaderamente la repulsa a la violencia será la de una opción subjetiva, basada en otras aleyas, pero deja al descubierto el problema objetivo de ciertos contenidos del Corán y la necesidad de afrontar —por parte de los musulmanes— la tarea de purificar la religión de aquello que es contrario a su naturaleza, desde una razón que busca la verdad.
Ciertamente, no es la única vía de solución, pero, si no se aborda ésta, a nuestro entender, no habrá metanoia (el “cambio de mente” del que hablaba san Pablo en Rom 12, 2), y simplemente se habrá sofocado esta manifestación concreta de una tendencia religiosa desviada, extrema, pero volverá a surgir, tal vez con más fuerza, alimentada por el sentimiento de humillación y el deseo de venganza de lo que en este momento se está haciendo contra ella.
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