El 25 de noviembre se ha conmemorado, como viene haciéndose desde el año 1999, el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Es una sangrante realidad social el hecho de que haya mujeres en pleno siglo XXI que sigan sufriendo violencia a manos de quienes han sido o son sus esposos, parejas o compañeros sentimentales; de hecho, el mismo día 25 murió otra mujer en la localidad de Monzón (Huesca) a manos de su expareja, en presencia de sus dos hijos.
A raíz de la muerte de Diana Quer, se propuso ampliar las medidas que están siendo adoptadas desde los poderes públicos para castigar este este tipo de violencia en los casos en los que se ejerce por parte de un hombre sin que exista relación con el agresor. Sin la reflexión necesaria, la mal llamada violencia de género ha sido regulada para amparar cualquier acto de violencia que ejerce un hombre, por el mero hecho de ser hombre, contra una mujer, por el mero hecho de ser mujer; en consecuencia, todas las medidas que se están impulsando, no sólo a nivel penal, sino también a nivel educativo, parten de esta concepción.
Es claro que nada ni nadie puede justificar este tipo de violencia, como nada ni nadie puede justificar cualquier otro tipo de violencia. Sin embargo, frente a la violencia entre personas no se puede responder con una violencia de sexos, como se está promoviendo en nuestra sociedad. Así lo demuestran el hecho de que autoproclamadas feministas aprovechan estas jornadas para mostrar su odio incontrolado hacia la figura del varón en lugar de promover y buscar la auténtica dignidad de la mujer, o la existencia de grupos sociales que ya no hablan de homicidios sino de feminicidios, haciendo una interpretación sesgada de la legislación vigente y poniendo en duda toda decisión que no se conciba desde la base de la lucha contra el llamado heteropatriarcado, alentando a no respetar incluso las resoluciones dictadas en procesos judiciales.
Estamos ante un problema social muy complejo, pero cabe preguntarnos: ¿la violencia tiene realmente género? ¿Sería tan difícil tratar la violencia en el seno familiar y fuera de éste con independencia del sexo? ¿Qué nos ha pasado para que los hogares sean ámbito de violencia? ¿Nos sentimos llamados cada uno de nosotros a promover la paz, esa paz que brota de lo profundo del corazón o estamos luchando contra la violencia a base de generar más violencia?
GRUPO AREÓPAGO
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