Una escuela «competente»

En la Escuela ahora se educa “en competencias” y se evalúa desde ellas. Si los lectores no han entendido nada que no se frustren, puesto que el concepto “competencia” – también en ámbito escolar, es tremendamente complejo.

Si difícil es comprender tal concepto, más aún será dilucidar su impacto en la Escuela. Pero es necesario poner algo de luz.

El concepto nació en ámbito laboral en la Francia de los 80. La celeridad de los cambios en el sistema industrial y económico impulsó a las empresas a definir un nuevo perfil para sus trabajadores. Y nació la “competencia”. Éste concepto incluía dos dimensiones: la capacidad de desarrollar una serie de prestaciones técnica, y la capacidad de adaptar con eficiencia tales prestaciones a situaciones nuevas.

Desde entonces ya se dispone  del perfil de más o menos competente para un trabajador, pero la competencia no es algo teórico, la competencia de un trabajador se demuestra en la práctica.

Vayamos ahora a la Escuela. De hecho, por Ley, se está educando en competencias. O se pretende, porque conseguirlo no es moco de pavo. En Pedagogía “las competencias” son el tema de moda, el de “rabiosa actualidad”.  Pero hay que preguntarse si este nuevo perfil es el mejor paradigma para la Educación, y de serlo, si es el más conveniente en los niveles más básicos del Sistema Educativo, es decir, para los alumnos de entre 3 y 16 años.

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En nombre de “las competencias” cada vez está más presente el “aprendizaje cooperativo”, “el aprendizaje por proyectos”, “el aprendizaje en situaciones educativas”, las metodologías activas, la “inteligencia emotiva”, y desde luego todo lo digital – en este caso incluida la enorme inversión económica para dotar a los Centros de dispositivos electrónicos. Por otro lado se mira con recelo la memoria, la lectura, el trabajo rutinario, la atención y los contenidos objetivos.

Todas las competencias nacen de la única inteligencia humana (K. Polacec, Diccionario de Ciencias de la Educación, L.A.S. – S. E. I). La inteligencia comienza a adiestrarse” fomentando habilidades muy básicas hasta que llegan a ser rutinarias, por ejemplo, conocer las letras, escribirlas, leerlas, comprenderlas. Hasta que esta “rutinas” no son un hábito adquirido (algo aprendido “de memoria”) la inteligencia no cuenta con resortes suficientes para afrontar nuevos retos. Necesita dedicar tiempo en un trabajo repetitivo, muy humilde y muy continuo.

Por otro lado, ninguna competencia es abstracta, es decir, vacía de contenido. Mientras que cualquier contenido reclama la activación de alguna competencia. Es sorprendente que ahora, en nombre de las competencias, los contenidos – llamados saberes básicos – sean indiferentes.  Caperucita Roja ha cambiado de color.

Las competencias tienen una dimensión ética y social, no por ellas mismas, sino por el ser humano que es el portador de las mismas. Una persona necesita saber estar con los demás, tratarles bien, colaborar con ello y hacerles el bien haciendo algo bien. La dimensión ética y social del ser humano es mucho más que una “competencia”. Lo mismo sucede con la dimensión afectiva y emotiva. La inteligencia está llamada a iluminar el mundo emotivo desde valores objetivos para que así la voluntad humana pueda libremente gestionarlo.

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La Escuela colabora en la educación de personas humanas, no en la consecución de seres competentes al estilo Robocop. Esto la Pedagogía lo sabe de sobra.

GRUPO AREÓPAGO

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