Hace una semana nos despertábamos con la noticia del fallecimiento del gran físico británico Stephen Hawking. Gran especialista en astrofísica, brilló por ser uno de los grandes expertos en el estudio de los agujeros negros. Su muerte ha consternado al mundo de la ciencia y múltiples han sido las reacciones desde los distintos ámbitos. Algunos han centrado su atención en las casualidades de las fechas de su vida (fallece el día “pi”, nace el día de la muerte de Newton…) otros en su enfermedad y valiente lucha de superación continua, pero quizás lo más destacado haya sido su posición frente a la existencia o no existencia de Dios.
Para muchos Stephen Hawking ha representado el “golpe definitivo” para proclamar la “muerte” de Dios. Sus postulados científicos, su consideración de la creación espontánea del Universo a partir de la nada, su increencia en la vida después de la muerte suponía para muchos de sus seguidores la demostración científica de la no existencia de Dios. Pero creo sea necesario aclarar un presupuesto epistemológico de gran importancia para no dejarnos llevar por cierta pseudociencia: un buen científico no tiene por qué ser un buen filósofo, o dicho de otro modo, Dios no es objeto de la ciencia al carecer de materia.
Toda reflexión realizada por Stephen Hawking respecto de Dios, aunque era hecha por un científico, era formulada desde un plano filosófico en el cual entremezclaba dos ámbitos que son bien distintos –aunque no sean opuestos-. En sus reflexiones tal separación resultaba inexistente y se entremezclaban continuamente el plano físico con el metafísico, pudiendo originarse errores de contenido. Sus especulaciones filosóficas nada tienen que ver con la ciencia establecida y esto era algo que no quedaba claro al leer sus libros.
La idea de Dios en siempre estuvo presente y sobre la misma varió a lo largo de su vida. Muchos recuerdan su negación del ser trascendente en su obra “El gran diseño”, que podríamos dudar si correspondería a él o su coautor L. Mlodinow. Sea como fuere, hoy confiamos que su duda haya sido resuelta al salir del agujero negro de la limitación de la racionabilidad humana y entrar en la luz de Dios. Él es suma misericordia y no habrá olvidado las palabras que en su día publicó en su obra Agujeros negros y pequeños universos: “Todo lo que mi obra ha demostrado es que no se debe decir que el modo con el cual el universo ha tenido un inicio sea un capricho personal de Dios. Sin embargo permanece todavía la pregunta: ¿por qué vale la pena que exista el universo? Si crees, puedes decir que Dios sea la respuesta a esta pregunta”.
GRUPO AREÓPAGO
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