Por monja

Queman iglesias por ser templos católicos (una capilla universitaria de la Autónoma de Madrid); pegan a una mujer en la calle por ser monja (una hermana de la Congregación de las Esclavas de la Inmaculada Niña en Granada); excluyen de los primeros puestos en las listas electorales a militantes  de partidos políticos por haber antepuesto su conciencia a la disciplina de voto (miembros del PP que votaron en contra de la última reforma de la Ley del aborto); presentan querellas contra Obispos por exponer ante sus fieles el Magisterio (los de Alcalá, Valencia o Córdoba). Todo ello se suma a planteamientos de supresión de la financiación pública de la Iglesia, de eliminación de las manifestaciones públicas de fe, de minusvaloración a quien expresa su opinión basándose en sus convicciones religiosas por considerarlo incompatible con la razón e, incluso, la inteligencia.

Sería fácil, en consecuencia, centrar esta reflexión en la idea de que en España ya está pasando –o, mejor dicho, ya está volviendo a pasar–: la persecución religiosa ha dejado de ser únicamente cultural para convertirse también en personal.

Sin embargo, el problema de fondo es mucho más amplio. No nos damos cuenta de que todas estas manifestaciones, que son bien vistas por quienes no simpatizan con la Iglesia católica e ignoradas con indiferencia por la gran mayoría de los ciudadanos, son un auténtico ataque a la libertad de todos.

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Una sociedad que desprecia, critica, persigue, se mofa e, incluso, agrede a personas por creer en Dios y tratar de vivir en coherencia con ello –o, cuando menos, que no reacciona frente a los desprecios, las críticas, las persecuciones, las mofas, las agresiones a personas concretas– es una sociedad condenada, toda ella, a la esclavitud.

No hay mayor manifestación de libertad que la libertad interior. Es esto lo que está en juego: la imposición de una concreta visión del ser humano y del mundo que no acepta fisuras, críticas ni argumentos en contra. Quien discrepe, sobra.

Hoy pegan a una mujer “por monja” –y muy pocos reaccionan, ni siquiera los defensores de la igualdad de género, quizás por entender que una mujer, al ser monja, pierde su condición de mujer y, por tanto, la agresión por parte de un hombre no puede ser calificada de acto de machismo ni como violencia de género–. Mañana será demasiado tarde para reaccionar si no frenamos estos ataques a la libertad.

 

 

 

 

GRUPO AREÓPAGO

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