Se ha conocido en los últimos días la doble noticia de la condena a pena de muerte del responsable del atentado en el maratón de Boston, así como del expresidente de Egipto. En el primer caso, por el asesinato de tres personas; en el segundo, por espionaje y conspiración. En más de una ocasión se ha planteado en nuestro país el debate acerca de si, en determinados supuestos especialmente graves, la muerte deba ser la pena para el autor del delito.
En esta cuestión deben ponderarse dos elementos: de un lado, el necesario castigo del delincuente y el consecuente efecto preventivo de la pena, junto con la necesidad de proteger a la sociedad frente al mismo; de otro lado, la oportunidad de re-educar a esa persona para integrarla en la comunidad. Resulta evidente que, en casos particulares, especialmente graves, atendiendo a las circunstancias de la persona y al contexto social, puede ser conveniente aplicar una pena de prisión especialmente severa, cuando no sea posible la rehabilitación y haya riesgo de reincidencia. Sin embargo, nos menos evidente es que, si consideramos que toda vida es sagrada y que en ningún caso el Estado puede arrogarse la potestad de decidir cuándo quitar la vida a una persona, con carácter general la pena de muerte ha de ser rechazada como castigo.Solo en los supuestos en los que ésta fuera el único recurso posible para proteger la vida de las personas resultaría aceptable su aplicación en casos concretos. Sin embargo, teniendo en cuenta la capacidad del Estado en las sociedades desarrolladas como las nuestras, puede afirmarse que éste cuenta con medios suficientes para reaccionar frente a todo tipo de crímenes, castigar al delincuente y evitar que cometa nuevos delitos sin necesidad de aplicarle la pena de muerte.
A todo ello ha de unirse el hecho de que los países que han legalizado la pena de muerte no han conseguido reducir el número de delitos graves y que el sistema de justicia no es perfecto, con lo que el error en la condena seria irreparable.
Una sociedad verdaderamente fraterna ha de apostar por el ser humano, incluso aunque sea un delincuente.
Grupo AREÓPAGO
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