Durante las últimas semanas se está hablando con fuerza de la posible finalización de la guerra que se está desarrollando entre Ucrania y Rusia. Para tener una visión lo más objetiva posible del conflicto es conveniente recordar algunos hechos.
El presidente ucraniano Viktor Yanukóvich firmaba con la UE el 30 de marzo de 2012 un Acuerdo de Asociación. Sin embargo, de forma sorprendente e inesperada, el 20 de noviembre de 2013 el gobierno ucraniano decidía romper este acuerdo. El propio gobierno ucraniano reconoció presiones rusas para tomar esta decisión.
Al día siguiente se iniciaron una serie de protestas, conocidas popularmente como Euromaidán, en diferentes partes de Ucrania. Las protestas, duramente reprimidas por la policía ucraniana, se extendieron hasta el 23 de noviembre de 2014 y derivaron en violentos enfrentamientos con la policía, llegando a fallecer cerca de ochenta personas. Concluyeron con la huida del presidente ucraniano a Rusia. A continuación, se formó un gobierno con partidos de diferente signo político que desembocó en la convocatoria de unas elecciones generales.
Pronto, en el sur y este del país, zonas de amplia influencia rusa, comenzaron a referirse a este gobierno como ilegal y fascista, acusándolo de haber dado un golpe de Estado.
Así, el 16 de marzo de 2014, se celebró un referéndum en la región de Crimea para su proclamación como república independiente. La consulta fue aprobada ampliamente, pero declarada ilegal por organismos como la ONU y el Parlamento Europeo. Sin embargo, fue ratificada y aprobada por el gobierno ruso. El 18 de marzo de 2014, en su discurso de anexión de esta república, Putin se refirió al gobierno ucraniano como “nacionalistas, neonazis, rusófobos y antisemitas”.
Las complicaciones no terminaron ahí. En abril de ese mismo año, Donest y Lugansk (conocidas como Donbás), dos de las regiones del este del país y limítrofes con Rusia, se autoproclamaron como repúblicas independientes contra el gobierno de Ucrania, y en mayo celebraron ambos plebiscitos para declarar su independencia. Seguidamente comenzaba una guerra civil entre las milicias prorrusas y el ejército ucraniano.
Y así llegamos a la madrugada del 24 de febrero de 2022, momento en el que Rusia invadía Ucrania. El ejército ruso lanzó un ataque a gran escala por tierra, mar y aire sobre el norte, sur y este ucraniano, atacando nueve de sus regiones. La idea era llegar rápidamente a Kiev, deponer al presidente Zelensky e imponer un gobierno obediente a los planes rusos. Putin justificó la agresión diciendo que era contra “los nacionalistas extremistas y neonazis en Ucrania” y para defender a los habitantes de las repúblicas del Donbás.
Pero la inesperada resistencia ucraniana junto a la ayuda militar y económicas recibidas de la UE y EE.UU. han llevado a que ya estemos cumpliendo el tercer aniversario de la citada invasión.
La situación actual está estancada. El ejército ruso domina poco más de los territorios controlados previamente a la invasión a través de las autoproclamadas repúblicas del Donbás.
No es fácil hablar con seguridad del número de víctimas, pero suele reconocerse por parte del gobierno ucraniano cerca de 50.000 soldados ucranianos muertos y diversas organizaciones internacionales ascienden el número de civiles a cerca de 13.000, sin olvidar que ACNUR habla de más de diez millones de ucranianos desplazados por el conflicto. Las bajas por parte del ejército ruso superarían las cien mil.
Y aunque siempre es deseada la paz, ¿puede haber paz a cualquier precio?, ¿podemos hablar de una paz justa y duradera sin respetar la libertad y la voluntad del pueblo ucraniano?, ¿puede llegarse a la paz favoreciendo solamente los intereses del agresor?
Pidamos a Dios que ilumine las voluntades de los dirigentes y políticos que tienen entre sus responsabilidades poner fin a este conflicto.
GRUPO AREÓPAGO
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