El adjetivo digital se usa frecuentemente para cubrir de novedad usos y comportamientos que tienen en sí poco de nuevos. El uso de internet, de los ordenadores y de los smartphones han cambiado la forma de hacer muchas cosas, pero también han sido simples soportes de usos tradicionales que se han movido al mundo electrónico aunque siguen siendo los mismos. La misma noticia la podemos leer en papel o en un soporte digital, una foto la podemos hacer con una cámara de fotos o con un móvil, podemos dejar un mensaje en un buzón de voz o enviarlo por Whatsapp… ¿Existe realmente una revolución digital o es simplemente, que no es poco, un avance tecnológico?
No hay duda, sí existe una revolución digital. Se ha creado una nueva forma de hacer cosas, el mundo digital rompe con las barreras del tiempo y del espacio, eso es lo realmente revolucionario. Un claro ejemplo es el comercio digital: antes, para comprar algo necesitaba desplazarme a una tienda, en el mundo digital puedo comprar en cualquier parte del mundo; antes tenía que comprar en el horario de apertura de esa tienda, en el mundo digital puedo comprar a cualquier hora.
Lo mismo ocurre con la comunicación digital, ahora puedo comunicarme con cualquier persona del mundo en cualquier momento. Pocos entienden que su interlocutor no esté disponible en cualquier momento. Da igual que esté en casa o fuera, viajando o de vacaciones, sano o enfermo… Aquí y ahora se han convertido en el estado natural de las cosas. Esto tiene increíbles ventajas, también indudables riesgos.
El ser humano necesita del tiempo y del espacio. Tiempo para pensar, para escuchar, para reflexionar una respuesta, para meditar una pregunta, para crear una idea. Espacio para reconocer que la vida es un camino, que el prójimo está cerca, que tenemos un destino, que vamos y volvemos…
La revolución digital necesita ser ajustada a la medida del ser humano, necesita ser humanizada. Eso no significa rechazar la tecnología, significa proteger ciertos tiempos y espacios, blindarlos ante el tsunami digital, darles un estatuto especial. Quizá apagar el móvil unas horas al día o marcar unos lugares desconectados. Algunos hablan de practicar la “appstinencia”. Cada uno, personalmente y también como sociedad, pensemos como humanizar el mundo digital antes de ser absorbidos por su deslumbrante novedad.
GRUPO AREÓPAGO
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