En todas las democracias occidentales, los partidos políticos han jugado un papel protagonista.
Estas organizaciones deberían ser agrupaciones de personas interesadas en proponer y desarrollar una serie de acciones políticas que favorezcan la construcción de una sociedad mejor. ¿Qué significa una sociedad mejor?, depende del sustrato filosófico y de los ideales que compartan los miembros de estas asociaciones.
Un partido que se inspire en una filosofía liberal, donde el individuo y su libre decisión son el centro de la toma de decisiones, promocionará un sistema político de democracia liberal, con una economía de libre mercado y una tutela limitada y mínima del estado.
Un partido que se inspire en una filosofía tradicional, donde el bien común, la verdad y la justicia deben inspirar toda acción de gobierno, propondrán la actuación de gobernantes justos (bien en una democracia liberal o en una dictadura benevolente), con una economía de justo mercado acompañado de la tutela necesaria del estado.
Un partido que se inspire en una filosofía marxista, donde la estructura estatal es la única garantía para el desarrollo social, propondrán una democracia orgánica (en la práctica una dictadura), una economía planificada y un control absoluto del estado.
Entre el estado puro de estas tres opciones existen combinaciones interesantes, por ejemplo, las que dieron estabilidad y crecimiento a Europa en la segunda mitad del siglo XX.
Una de estas fórmulas se aplicó en los partidos liberal-conservadores, donde los liberales encontraban un firme apoyo en las verdades fundamentales del pensamiento tradicional y los conservadores se acogían a la protección de los principios liberales para limitar el poder creciente del estado.
Otra posibilidad fueron los partidos socialdemócratas, con socialistas que abandonaban las posiciones revolucionarias y se integraban en el statu quo de las democracias liberales, fomentando la justicia distributiva desde la sociedad del bienestar.
Pero el siglo XX fue agotando estas fórmulas de convivencia. El siglo XXI empezó descubriendo que estos matrimonios políticos habían sido traicionados. El liberalismo exclusivamente económico había abandonado los principios conservadores y el marxismo revolucionario amenazaban con destruir la paz de la Europa moderna dando paso a la nueva política, más líquida que sólida, más oportunista que coherente, más manipuladora que ejemplar.
Los partidos políticos se quedaron con su función más operativa y descarnada, obtener el poder. Los principios, las convicciones, la promesa al votante… todo se consideró subordinado a la maximización del poder (si no se tiene, para conseguirlo, si ya se tiene, para conservarlo). Ya “no se miente, se cambia de opinión”, “una cosa es lo que se dice en campaña y otra cosa es gobernar” (frases literales de políticos en activo, nacionales y extranjeros).
Los propios miembros del partido se convierten en piezas subordinadas a un bien impersonal: el propio partido. Todo se tolera si lo manda el partido. Todo se abandona si lo manda el partido. Se prescinde de la conciencia si lo manda el partido.
El partido se convierte en objeto de adoración, todo se le somete. Es la nueva partidolatría. Cuidado, dentro de poco habrá que quemarle incienso, y si no, el martirio.
GRUPO AREÓPAGO
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