De nuevo miles de personas se han reunido en Madrid para manifestar el rechazo a la violencia machista. Son ya tantas las veces y tantas las personas que convocadas por la empatía han dicho no a la violencia del machismo, del terrorismo, del acoso, de la muerte de los inocentes en el seno materno… Es una necesidad personal y colectiva. Cuando no se vislumbra el cese de la violencia del tipo que sea, es necesario alzar la voz a coro para decir con claridad que estamos ahogados, que necesitamos y suplicamos que se acabe tanto dolor provocado por el violento.
Y los que están al frente de la sociedad para defender sus derechos fundamentales intentan escuchar (en el caso del aborto, no tanto) la voz quebrada y dolorida de los que sienten como suyo el dolor de las víctimas y, por eso, promueven iniciativas legales, teléfonos de ayuda, tribunales con especiales competencias… y, sin embargo, en la profundidad del corazón anida la sangrante sospecha de que dentro de poco volveremos a salir a la calle porque el dique de contención no ha podido con el tsunami de la violencia. ¿Quién podrá frenar la crecida de las aguas caudalosas?
Toda iniciativa es bienvenida, pero hasta ahora las instauradas no se han manifestado totalmente eficaces… Quizá convenga añadir a las que hay una nueva, audaz, quizá surrealista o absurda para algunos… pero ¿y si funciona? Todo atentado contra la vida de los demás nace de la existencia de una violencia fratricida en el corazón del hombre que empuja a aniquilar incluso a lo más amado: un hermano, un hijo, una novia, una esposa… Nada externo puede cambiar ese corazón; puede aminorar su virulencia o frenar por miedo su ira, pero no cambiarlo. Sólo una fuerza interior puede convertir la violencia del corazón en un amor que no mata, sino que da la vida por quien se ama y esa fuerza es Dios. Dios metido en el corazón. No perdemos nada por intentarlo…
Grupo Areópago
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