El alto el fuego en Gaza, la entrada de ayuda humanitaria y la liberación programada de rehenes israelíes son un conjunto de buenas noticias para cualquier persona de buena voluntad, pero todos sabemos que esta alegría es efímera. La siguiente fase está por definir y no está claro cómo resolver la difícil situación de Gaza.
Hay que entender que al hablar de Gaza (y de Palestina en general), se debe distinguir entre el pueblo palestino, que incluye una mayoría musulmana y una minoría cristiana, la clase dirigente reconocida (la Autoridad Palestina) y los grupos violentos yihadistas que en algunas zonas ejercen como autoridad de facto (como Hamás en Gaza o Hizbulá al sur del Líbano).
Hamás ejerce de gobierno de facto en Gaza, pero su vocación no es la administración de un territorio y el desarrollo y prosperidad de su pueblo, sino que su principal objetivo es la propagación de la ley islámica y la eliminación de Israel. Así lo ha demostrado durante años y especialmente en esta guerra, utilizando a la población civil como escudos humanos, mezclando lo civil con lo militar para que sea indistinguible para el enemigo y prolongando un conflicto que solo provocaba la destrucción de su propio pueblo.
Al otro lado del conflicto está Israel, al que se le ha reprochado, con razón, la brutalidad y desproporcionalidad de la respuesta, respondiendo a la provocación de Hamás, que era lo que buscaba. Al menos, el ciudadano israelí experimentó la sensación de que su estado le estaba defendiendo, cosa que no ha podido decir el ciudadano gazatí.
La solución que buscaba Israel se ha demostrado imposible: una Gaza sin Hamás. Acabar con Hamás por la fuerza sin destruir al pueblo palestino es un plan que no ha funcionado, a pesar de la profunda destrucción provocada.
Ahora se plantea una nueva solución: Un pueblo gazatí sin Gaza. Buscar un territorio (o varios) alejado de Israel, para neutralizar la violencia de Hamás, y proponerlo como lugar de refugio (más o menos voluntarios) del pueblo de Gaza que rechaza la violencia.
Puede parecer una idea descabellada pero no podemos olvidar que no es la primera vez que algo parecido se plantea e incluso se ejecuta, recordemos la creación de los estados de Paquistán y Bangladesh (1947) fruto de deportaciones masivas de musulmanes hacía esos territorios y de hinduistas en sentido contrario. No parece que la paz y la prosperidad hayan sido los frutos recogidos.
El sufrimiento que acarrea este tipo de experiencias es demoledor. El desgarro social que produce una deportación forzada es incalculable. La cantidad de relaciones humanas que se rompen, el vínculo con la tierra de tus antepasados, que te vio nacer y crecer, los lugares en los que se construyó la memoria personal y colectiva… Este tipo de soluciones fomentan rencores que acaban creando problemas mayores. ¿No hay soluciones mejores?
El problema que hay que resolver es el rechazo sincero del terrorismo como arma política. El terrorismo, sea yihadista o de otro tipo, es inviable sin las líneas de financiación de países que lo utilizan como una herramienta de desestabilización de países enemigos. ¿Quién financia a Hamás? Es a esos a los que habría que deportar.
A otro nivel podemos impulsar una alternativa aún más eficaz: pedir por la conversión de los corazones. Eso necesita fe y armas sobrenaturales (oración y sacrificio). ¡Ojalá los cristianos tuviéramos este arsenal bien engrasado!
GRUPO AREÓPAGO
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