Firma invitada de don Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo emérito de Toledo: «Insistencia»

En el horizonte cercano, nuestro mundo tiene muchos puntos de preocupación. A los problemas económicos, derivados muchas veces de decisiones mal tomadas por nuestros políticos, y no sólo de la guerra en distintos lugares del globo, persisten pandemias de diferentes tipos, que no se resuelven únicamente con vacunas, porque están en el corazón del ser humano; también porque son decisiones que tomamos hombres y mujeres en contra de lo que somos como seres humanos, favorecidos por leyes impuestas por mayorías que no hacen bien.

          He aquí lo preocupante para la humanidad, sobre todo para los católicos, otros cristianos y personas de buena voluntad. Pongamos un ejemplo: la entrada de la eutanasia en nuestra sociedad como algo socialmente bien visto en algunos (tal vez en muchos) ámbitos, reconocida además como un derecho. A mi modo de ver, en este campo está actuando una concepción de la libertad humana, según la cual el sujeto sería siempre legítimamente capaz de decidir la ejecución de su propia muerte. Esa es la pregunta, tan poco debatida por los ciudadanos y las instituciones: ¿No tiene el “moderno y progresista” derecho de ser sujeto a decidir sobre cualquier acción sin más límites que los de la propia voluntad de poder?

          Este verano llegó hasta mí una publicación interesante de la Conferencia Episcopal Española. La Subcomisión episcopal para la Familia y Defensa de la Vida ha recogido en un texto las reflexiones de varios de los participantes en el seminario sobre la entrada en vigor de la Ley de la eutanasia, que se celebró en el marco de los Cursos de la Granda (Asturias), en agosto de 2021. El editor es Monseñor J.A. Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid, quien también escribe alguno de los artículos de esta publicación.

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          Sé que estamos en el inicio del Curso Pastoral, con la Programación de la Archidiócesis de Toledo en marcha. No quiero, pues, tratar el tema “Eutanasia”. Ahí están los acertados artículos de esta referida publicación. Pero una cosa me ha llamado la atención cuando tratamos de leyes como la del aborto, la eutanasia, el derecho a quitarse la vida (suicidio): ¿es acertada esa concepción de la libertad humana que está debajo de estas inicuas leyes? Lo que sí parece claro es que esta manera de entender la libertad está en el corazón de nuestros adolescentes y jóvenes, y no tan jóvenes, que, puestos en situación de aceptar o no la eutanasia o el suicidio, muchos harán su elección movidos por esa concepción de libertad humana, según la cual el sujeto de dicha elección sería siempre legítimamente capaz de decidir la ejecución de la propia muerte.

          Así, el supuesto derecho a la eutanasia es un caso paradigmático –tal vez el más dramáticamente significativo– del “moderno” derecho del sujeto humano a decidir sin más límites que los que su propia voluntad de poder. Es el mismo argumento que se utiliza para determinar uno “su propio sexo o género”, o para encargar niños a los laboratorios como productos selectos, carentes de padres conocidos y gestados en vientres de alquiler. En el orden sociopolítico, este derecho a decidir legitimaría, por ejemplo, la secesión de un territorio no colonial respecto de una antigua comunidad política nacional. Si el Sr. Putin quiere, porque tiene fuerza para ello, que Ucrania, o una parte de ella, sea territorio ruso, este mandatario decide invadir todo el territorio de esa nación. Aparece el mismo mecanismo, aunque esta guerra sea tan terrible, como ocurre en cuantas existen en este momento en el planeta.

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          ¿Es ésta una concepción adecuada de lo que es la libertad humana? Sin duda que el ser humano es libre para decidir sus acciones y responsable de lo que ha decidido. Pero, ¿es libre para decidir cualquier cosa, procurando solo –según se argumenta­– que su acción no haga daño a nadie? Respecto a la eutanasia (=muerte buena), esta decisión es presentada ante todo y simplemente como lo querido por el sujeto, cuando le parezca oportuno porque tiene derecho a ello. Lo mismo acontece en el caso de suicidio simple o asistido por otro/otros, cada vez más frecuente en España. Esta es casi la única razón dada para llevar a cabo semejantes acciones: el sufrimiento físico que la vida produce, ligado a la enfermedad, pero también el sufrimiento psíquico causado por la misma enfermedad y otras circunstancias de la existencia.

          Todo este mundo de ideas constituye un caldo de cultivo utilizado por el partido socialista y sus compañeros de gobierno para proponer sin duda esta ley de la eutanasia, ley burguesa y capitalista donde las haya. Le ayudaron con su apoyo en el Parlamento partidos con una cierta identidad cristiana en el pasado (PNV, Juntos por Cataluña), pero hoy totalmente olvidada; también otros grupos minoritarios, entre los que destaca Bildu, de origen terrorista, y otros bien manejados por el Gobierno de España.

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          Pero no olvidemos, además, que en nuestra España muchos están determinados en ese tránsito hacia la nada en que está Europa con la inclusión, en este caso, del aborto como parte de la Carta de los Derechos Humanos. Tengamos en cuenta que “para las ideologías modernas, progresistas ellas, el derecho positivo puede inventar cuando le pete nuevas instituciones jurídicas, postulando la absoluta voluntariedad del derecho y, por tanto, su arbitrariedad: quod principi placevit, legem habet vigorem <lo que agrada a príncipe, tiene vigor de ley>. La justicia así, se convierte en la imposición de la opinión del más fuerte, que además dispone de los instrumentos de coacción necesarios” (Juan Manuel de Prada, en ABC de 13 de agosto 2022).

          Esta es, en mi opinión, la situación que está viviendo España en una Europa que, reitero, camina hacia la nada. Mucho hay que hacer, sin duda, para que nuestros hijos no caminen hacia esa nada, que da apariencia de libertad, pero que es solo eso: apariencia. Y las apariencias como los sueños, apariencias son.

+Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo emérito de Toledo.

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