La vida no es fácil, pero nada verdaderamente maravilloso y que merezca la pena lo es. Los deportistas que estos días podemos ver en los Juegos Olímpicos de Tokio serian un buen ejemplo de cómo el esfuerzo, el trabajo diario, la renuncia y, en muchas ocasiones, el sufrimiento real y el dolor, te conducen a metas que conllevan una profunda satisfacción vital. El simple objetivo de estar presente en unos juegos olímpicos es ya muy valorado por los deportistas y motivo de agradecimiento. Curiosamente esta actitud, el agradecimiento, suele ir unido también al valor del esfuerzo.
Otra actitud muy positiva entre los deportistas olímpicos, en general, suele ser el aprecio sincero al contrincante, aprecio que puede nacer de conocer y experimentar personalmente el sacrificio que hay detrás de cada victoria. No siempre vemos esta actitud, pero está ahí, aunque a los medios de comunicación les interese resaltar otras menos positivas y, probablemente, más pasajeras y efímeras. Lo que es bastante evidente es que este camino de esfuerzo conduce a algo parecido a lo que llamamos felicidad.
Ahora bien ¿Se puede extrapolar el trabajo y dedicación de los deportistas olímpicos a lo cotidiano del común de los mortales? Si, desde luego, y el ejemplo se puede encontrar en muy cerca de ellos, en sus familiares cercanos, compañeros y amigos. Impresiona, incluso emociona, escuchar las conversaciones de los deportistas con sus familias cuando ganan una medalla. Suelen ser parte esencial del desarrollo de la vida de un deportista, les han ayudado y apoyado, y el triunfo de ellos se convierte en su propio triunfo. Las palabras de la piragüista española Maialen Chourraut tras ganar la medalla de plata ejemplifican esto: “Soy muy afortunada, pero no por esto (cogiendo la medalla que colgaba sobre su pecho), por la gente que tengo a mi alrededor”.
En muchos casos, tanto el triunfo como la derrota deportiva, y según el carácter de cada uno, van acompañados de lágrimas. Resulta curioso que, en dos circunstancias a priori tan diferentes de la vida, se muestre el mismo indicio que normalmente asociamos con la tristeza. Se podría decir que las lágrimas derramadas como fruto de algún éxito o fracaso precedido del esfuerzo personal podrían ser signo o señal de algún tipo de crecimiento o de maduración interior, sobre todo si son bien acogidas y acompañadas. Si esto fuera así, intentar evitar el esfuerzo y sufrimiento que nos conducen tanto al éxito como a la frustración, nos impediría desarrollar nuestra personalidad, nuestra humanidad en definitiva.
Volviendo al inicio de este artículo… la vida no es fácil. Por eso hay que empeñarse en vivir. Y porque es lo mejor que tenemos cado uno y nos conviene entregarnos a esta tarea. No se puede vivir de cualquier manera. Trabajar cada día en este empeño, no solo para uno mismo, sino también para los demás, probablemente nos haga llorar, unas veces por los logros conseguidos y otras veces por los no alcanzados. Pero ese llanto, fruto de nuestra entrega, será el signo de contradicción, la paradoja, que nos permite saber que estamos vivos.
GRUPO AREÓPAGO
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