No importan más unas vidas que otras, la dignidad de toda vida es la misma. No depende de colores, ni de razas, ni de religiones, ni de edad, ni siquiera de haber salido del seno materno y por ello haber sentido el aire en la piel y en los pulmones. Toda vida importa (all life matters).
Leyendo el segundo capítulo de la encíclica Fratelli Tutti, en el que el Papa nos diserta a “todas las personas de buena voluntad” sobre la parábola del Buen Samaritano, en el número 69 nos dice: “”…si extendemos la mirada a la totalidad de nuestra historia y a la ancho y largo del mundo, todos somos o hemos sido como estos personajes: todos tenemos algo de herido, algo de salteador, algo de los que pasan de largo y algo del buen samaritano”. Conocemos de sobra la parábola y sabemos de qué personajes nos habla el Papa. El insiste en muchas ocasiones que mirar y reconocer nuestras miserias nos ayuda a ser misericordiosos con los demás, de ahí el que nos invite a mirar nuestra historia (de manera total, sin enfocar momentos concretos) y reconocer nuestra parte de salteador o de los que pasan de largo. Después de ese ejercicio personal estaremos preparados para ver nuestras heridas y curar las de otros.
Una de las grandes heridas de nuestro tiempo es “el descarte mundial” del que nos habla la encíclica en el primer capítulo. Llama la atención como el Papa nos hace caer en la cuenta de que el hecho de que una parte de la humanidad sea descartada tiene un objetivo, el que otro “sector humano” pueda vivir sin límites (no es otra parte de la humanidad, porque no se le puede calificar de humano). Además, al parecer, unas personas son más descartables que otras, los pobres, los discapacitados, los prenatales, los ancianos, y siempre en función de un criterio utilitarista que sólo sirve a que ese otro “sector humano” siga con su vida, en otras palabras, que pase de largo.
Explicar esto en términos globales puede que nos haga verlo como algo lejano. Nuestra mirada distraída nos deja la conciencia tranquila. Hay que hacer un esfuerzo para buscarnos y reconocernos en los personajes de la parábola del buen Samaritano, ejercicio que nos hace aterrizar y entrar en una dinámica que nos personaliza, que nos identifica y que nos permite “realizar la fraternidad humana”. El relato al final distingue “dos tipos de personas: las que se hacen cargo del dolor y las que pasan de largo; las que se inclinan reconociendo al caído y las que distraen su mirada y aceleran el paso.”
Toda la trama sucede en un camino, metáfora de la vida, un camino que se recorre cotidianamente y en el que cada día aparecen circunstancias ante las que tomamos posición, o bien pasamos de largo y aceleramos el paso o, por el contrario, nos hacemos cargo del dolor y nos inclinamos reconociendo al caído, ya sea como buen samaritano o como dueño del albergue. Hay muchas distracciones que nos alejan y nos impiden reconocer al otro, pero también hay ocasiones cada día en las que podemos posar nuestra mirada en el otro y reconocerlo no solo como alguien, como persona, sino también como hermano. Hay que salir al camino y exponerse cada día porque “no hay compasión sin acercamiento”. Hay que dejar de justificar nuestras distracciones que no son más que la muestra de un ego tirano.
Los salteadores no vieron al hombre, vieron sus bienes. El sacerdote y el levita no vieron al hombre, vieron un obstáculo para sus fines, para ellos ser puros. Su indiferencia ante el hombre es pura crueldad. La indiferencia empieza por no responder al “llamado interior a volverse cercanos” (número 101).
Y es que como nos recuerda Francisco en la encíclica “La altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor” (número 92) y “El amor implica entonces algo más que una serie de acciones benéficas. Las acciones brotan de una unión que inclina más y más hacia el otro considerándolo valioso, digno, grato y bello, más allá de las apariencias físicas o morales” (número 94).
La Gracia nos asiste. A veces no es tan complicado encontrar al prójimo. El Buen Samaritano nos trae al herido a nuestra posada y nos provee de lo necesario para atenderle. Consideremos ”valioso, digno, grato y bello” al otro para que sepamos acoger a quien entre en nuestro albergue.
GRUPO AREÓPAGO
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