La mitología greco-romana incluía a los ríos en su lista de divinidades. Manantiales, lagos, arroyos, ríos más caudalosos y mares, constituían una familia de divinidades caprichosas que tanto daban vida a su paso como arrasaban campos y pueblos. Para ganarse su favor había que rendirles adoración y guardarles respeto.
En la mentalidad bíblica judeocristiana, el mar simboliza el mal, morada de monstruos, fuente de un poder formidable que solo Dios podía doblegar. Sin embargo, los manantiales y ríos eran fuente de vida, sin ellos se impondría la aridez del desierto. El agua es símbolo de purificación, de fecundidad, de vida eterna, del mismo Espíritu de Dios.
En la Edad Media, los ríos fueron cómplices del desarrollo social, los molinos de agua sustituyeron el trabajo de los esclavos romanos y el desarrollo de presas y canales extendió la fertilidad de las riberas a otros terrenos más áridos.
A lo largo de la modernidad, los ríos fueron perdiendo dignidad a los ojos del hombre industrial. Dejaron de ser lugares de vida para convertirse en simples canales de agua, que podía utilizarse de cualquier manera. Durante el último siglo, los grandes embalses han modificado los caudales de los ríos principales y la contaminación urbana, industrial y agrícola ha eliminado gran parte de su riqueza biológica.
De ser considerados dioses, los ríos han pasado a ser considerados esclavos. De ser venerados, a ser humillados. El ecosistema de algunos grandes ríos, y de muchos pequeños, está alcanzando un punto de no retorno. La depuración de las aguas y la protección de los ríos es insuficiente. Es necesario un compromiso mayor.
Un caso claro es el del río Tajo a su paso por Castilla-La Mancha, fuertemente contaminado por los residuos del cinturón industrial de Madrid y con un caudal diezmado por los trasvases al Segura (ver aquí). Hace unos 50 años que se prohibió el baño en sus riberas toledanas, hoy la situación sigue deteriorándose.
Los ríos no son simples canales de agua. Acogen una gran biodiversidad, tanto en sus aguas como en sus riberas, configuran paisajes, proporcionan riego y sustento a muchos agricultores, facilitan la comunicación entre poblaciones ribereñas, ofrecen solaz y refresco en los duros meses de verano, promueven el mantenimiento de los ciclos climáticos… Pensemos qué ocurriría si las aguas dejaran de fluir, si el río, cansado de ser tratado como una cloaca decidiera quedarse en casa y no recorrer su camino.
¿Qué ríos conocerán nuestros hijos? ¿Qué herencia les dejaremos?
GRUPO AREÓPAGO
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