La última encuesta del CIS del pasado mes de junio sitúa a la clase política como el segundo problema nacional después del paro y alcanza el récord de porcentajes de quienes la citan como uno de sus principales preocupaciones (32,1%), el 4,2% superior al anterior sondeo de opinión. Sin duda, datos lo suficientemente importantes que invitan a la reflexión.
Desde que en la antigüedad clásica Platón se preguntase por “quiénes deben gobernar” la polis, han sido muchos los intelectuales, filósofos y pensadores políticos que se han hecho esta misma pregunta a través de la historia, dejándonos a su vez sus respuestas. El filósofo griego, desde su inquietud por resolver los graves problemas que acuciaban a su ciudad se respondía que el gobierno debería estar siempre en manos de los sabios. Respuesta que hoy en nuestro país tendría muy difícil concreción. El dilucidar quiénes son los políticos repletos de esa sabiduría política capaz de gobernar bien y cómo concretar de qué sabiduría hablamos originaría infinitos e indefinidos debates para encontrar al sabio o los sabios que con urgencia buscamos. Más concreto fue Aristóteles, que dio la respuesta proponiendo para el gobierno al hombre virtuoso. Difícil solución también para nuestra situación actual en un país donde ya hace tiempo se ha dejado de hablar de virtudes y por supuesto de practicarlas. Pero en una época muy conflictiva y difícil para la gobernanza, un escritor y filósofo político florentino, considerado por algunos el padre de la Ciencia política moderna, -por lo que vemos- “sentó cátedra” y realizó la foto finish –inmejorable metáfora en términos competitivos- para ofrecernos el perfil del político moderno que tanto éxito tiene. Su tesis consistió en argumentar que la principal característica del político debería ser el mantenerse en el poder utilizando para ello cualquier medio: la práctica de la mentira, la opacidad comunicativa, la demagogia, el engaño, e incluso la traición si conviniese para ello. Pero eso sí, utilizando un discurso retórico convincente para cada momento, capaz de afirmar lo que hace algún tiempo negó y procurando aparentar ser buena persona –hoy diríamos tener buena imagen-, para de esta manera ganar credibilidad ante el pueblo.
Pero en nuestra búsqueda de respuesta a la pregunta sobre quiénes deben gobernar solemos fijar solo nuestra mirada sobre los agentes activos de la política, cuando en realidad en un sistema político de democracia representativa la responsabilidad de gobierno también la tenemos los ciudadanos que a través de nuestro voto tenemos la llave para abrir o cerrar la puerta a quiénes nos van a gobernar. Sin duda, una grave responsabilidad, pues hace a nuestro sistema democrático “la peor forma de gobierno a excepción hecha, por supuesto, de todas las otras formas de gobierno que conocemos” (Winston Churchill).
GRUPO AREÓPAGO
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