Populismos

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“La codicia, los sobornos y el fraude devoran a un Estado desde el interior. La corrupción no es un mal moral solo, sino una amenaza práctica que desalienta a la ciudadanía, y en el peor de los casos, la hace presa de la cólera y la incita a la rebelión”. Estas palabras que nos presta Marco Tulio Cicerón  pueden ayudar para hacer una lectura reflexiva desde la historia y desde la ética sobre uno de los fenómenos que en los últimos tiempos se ha instalado en  las ideas y la praxis política de nuestro país: el populismo.

Su aparición y crecimiento rápido coincide y es consecuencia de la grave crisis económica, política e institucional que nos está afectando. El aumento vertiginoso del paro y sus graves secuelas, los desahucios, los recortes en áreas muy importantes del estado de bienestar, unido a los innumerables casos de corrupción política y el deterioro de muchas instituciones han calado de forma traumática y crítica en amplias capas de nuestra sociedad. El movimiento asambleario de los “indignados” –acogido con gran entusiasmo por muchos-, matriz de los numerosos grupos organizados que han surgido después, y los nacionalismos excluyentes, son genuinos representantes de este fenómeno sociopolítico.

Una primera reflexión nos lleva a poner nuestra mirada valorativa sobre el cuestionamiento que realizan de nuestro sistema constitucional abogando por su ruptura. La Historia nos advierte del peligro que supone para nuestra convivencia social y política el derrumbar lo que ha costado tanto construir, movidos por posturas radicales propiciadas por el resentimiento o la emocionalidad irreflexiva, o la deconstrucción sociopolítica de la realidad. “En tiempos de tribulación no hacer mudanza”, nos advierte la sabiduría del santo.

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Pero también la razón histórica nos pone en guardia sobre determinados movimientos demagógicos que dicen asumir la defensa del pueblo, pero no admiten el legítimo pluralismo político y de opinión de los que no están de acuerdo con ellos; dicen querer terminar con las castas pero actúan de forma absoluta desde sus mismas élites y se convierten en castas mucho más cerradas; se presentan como representantes de la voluntad popular pero en realidad la utilizan de forma paternalista o sin contar con ella. En ellos es muy frecuente la agresividad en sus manifestaciones y la incitación al odio y el miedo.

Sin duda, otra forma de democracia es posible, pero los populismos no nos marcan la ruta adecuada

 Grupo Areópago

 

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