En la transición española, como en otros procesos históricos que requieren una reconciliación nacional, los grupos históricamente enfrentados hicieron un ejercicio de perdón y olvido.
Eso no significa perder la memoria de lo que había ocurrido. Como decía Santayana «Los pueblos que ignoran su historia están condenados a repetirla». Se trata de recordar lo ocurrido olvidando los rencores, porque la cadena de odio es interminable y todo lo destruye.
El perdón consiste precisamente en eso, recordar el suceso olvidando el agravio.
Hay quien ve en el perdón una profunda injusticia, porque lo justo sería pagar por todo lo hecho. Pero ¿puede alguien pagar una deuda cuando es demasiado alta o demasiado vieja? ¿No es más injusto perder el futuro por el afán de rematar contiendas pasadas? ¿No se gana mucho más de lo que se pierde?
Las leyes de memoria histórica en España, la vigente y los proyectos parlamentarios actuales, van dirigidas a deshacer aquella reconciliación que permitió formar la España actual. Se busca compensar el agravio de 40 años de dictadura, en los que se premió a unos y se castigó a otros, proyectando odios pasados a generaciones presentes. El riesgo de comprometer el futuro y la convivencia son muy altos, a cambio de una satisfacción que siempre será insuficiente.
Sí, se debe recuperar la memoria de lo que pasó, valorando la inocencia y el heroísmo de muchos de los que cayeron en aquella locura que fue la Guerra Civil, pero se deben enterrar los rencores, porque la mayoría nacimos mucho después y debemos preocuparnos del presente y del futuro y emplearnos en construir una sociedad cohesionada y sostenible.
Buen ejemplo de esto ha sido la labor actual de la Iglesia Católica con la memoria de los mártires de la Guerra Civil, recordando a aquellos que murieron en la contienda por el simple hecho de ser sacerdotes, religiosos o fieles cristianos, empezando por los que no empuñaron nunca un arma, pero fueron injustamente asesinados, muchos de ellos también torturados. Pero no ha habido ninguna reclamación de venganza, ni de justicia penal, solo la recuperación de la memoria de sus vidas y de su muerte.
Trasladado a la sociedad civil, quizá sea el momento de hacer un homenaje integrador a las víctimas de la guerra y a los héroes que lucharon por su libertad y las de sus familias, sin distinguir entre rojos y nacionales, entre franquistas y republicanos, perdonando el odio y olvidando las afrentas.
GRUPO AREÓPAGO
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