La Navidad cristiana ha transcendido más allá de sus fieles y se ha convertido en Navidad universal, por lo que muchos valores que manan de la fiesta original se celebran también por no cristianos, creyentes de otras religiones, agnósticos y ateos. Entender de dónde surgen estos valores ayudará a entender el sentido de estas fiestas y el alcance de sus símbolos.
El núcleo de la fiesta cristiana es la celebración del nacimiento de Cristo, en el que Dios se manifestó haciéndose un hombre como nosotros, naciendo como un niño débil, indefenso, en una situación de pobreza y provisionalidad. La condición humana es ensalzada a morada de Dios y esto es motivo de alabanza y alegría, como anuncian los ángeles a los pastores: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Por eso, estas son fiestas del valor de lo genuinamente humano, de la fraternidad desinteresada, del reconocer lo bueno de todo el mundo, especialmente atendiendo a los más necesitados. Este es el origen de lo que se ha llamado el “espíritu navideño”, el deseo de paz y bien para todo el mundo porque Dios ama a la humanidad.
La fiesta cristiana celebra que Dios es un niño, un bebé, en medio de una familia que le cuida con los medios que tiene a su alcance. Los más pequeños se envisten de un valor muy especial y la familia adquiere un gran protagonismo. Por eso estos días son la fiesta de los niños y de la familia, momento de reencontrarse y de dibujar sonrisas en los rostros de los más pequeños.
Los pastores y los Magos se acercan a adorar al niño Dios y le llevan regalos. Los regalos se convierten en un gesto de reconocimiento del valor de la persona que lo recibe. Por eso recibimos regalos, porque somos valiosos, porque nuestro corazón está llamado a convertirse en morada de Dios, como un belén hecho vida.
Los Magos llegan al portal siguiendo una estrella. La luz que ilumina el camino se convierte en el signo del que es luz de los pueblos. Por eso llenamos las ciudades de luces, iluminamos los árboles o llenamos las calles de estrellas, porque buscamos la luz que guie nuestra vida.
También, los gestos que constituyen la Navidad universal son como la estrella que apunta el camino, el resplandor que lleva a la Navidad cristiana. Y si la Navidad no se vive de forma auténtica por los propios cristianos, quizá la luz de la Navidad universal languidezca y deje de ser el faro para los que buscan a tientas la verdad de sus vidas.
GRUPO AREÓPAGO
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