“Toledo tendrá un Hospital de Día Infanto-Juvenil para atender a menores con problemas de salud mental”. Esta noticia, aparecida en medios de comunicación locales este verano -con el subtítulo “Los toledanos cada vez tienen menos miedo a ir al psicólogo”-, ha sido para muchas familias angustiadas con la problemática que viven sus hijos, jóvenes y adolescentes, un regalo refrescante en la aridez sofocante de nuestra meseta castellana. Pero también ha representado un signo significativo de que nuestros políticos están tomando conciencia de la problemática grave en la que se encuentra en estos últimos tiempos el estado de salud mental de amplios sectores de la población en nuestro país, y en general en este mundo globalizado.
Los datos estadísticos proporcionados por el Sistema Nacional de Salud (SNS) de 2022, recientemente publicados por el Ministerio de Sanidad, producen escalofrío: más de un tercio de la población de nuestro país tiene algún trastorno mental; los más frecuentes son la ansiedad, trastornos depresivos, el insomnio y los relacionados con el consumo de drogas. El carácter social y no solo personal que adquieren estos trastornos y que suponen nuestro bienestar emocional, psicológico y social ha creado alarma en nuestros poderes públicos. la Comisión Europea en Salud Mental en octubre de 2023 invitó a los Estados miembros a mejorar la salud mental de jóvenes adultos y ancianos propiciando estrategias para paliar estas situaciones.
Difícil lo tienen nuestros representantes políticos porque como es habitual siempre llegan tarde para resolver los problemas esenciales de la vida. El llamado Estado de bienestar, que surgió después de la II Guerra Mundial en el mundo occidental, pasó de puntillas a finales del siglo pasado ante la llamada de atención de expertos psicólogos a cuidar lo que calificaron como inteligencia emocional (Daniel Goleman,1995); y los sistemas educativos prescindieron de la seria advertencia que Jacques Delors hizo en su informe a la UNESCO sobre la Educación para el Siglo XXI en el que apremiaba a fundamentar la educación de niños y jóvenes en cuatro pilares básicos: aprender a ser, a conocer, a hacer, y a vivir juntos y convivir con los demás.
Y decimos que los poderes públicos lo tienen muy difícil porque las causas profundas que generan la mayoría de los trastornos en salud mental proceden de un estilo de vida enraizado en nuestra cultura dominante que produce agotamiento mental. Existe agotamiento en el mundo laboral que para muchas personas y familias supone precariedad, falta de seguridad y estabilidad, salarios bajos e injustos, exceso de horas, tareas no vocacionales…; y también en las familias, actualmente acuciadas y desbordadas por demandas excesivas del entorno, por la difícil conciliación familiar, la excesiva carga educativa de los hijos que recae mayoritariamente sobre la mujer, y por la fuerza del consumismo que distrae en gran medida de su función más esencial que es la búsqueda de la paz y la armonía de hogar; agota el exceso de información y la dictadura del wasap y las redes sociales, el consumismo que genera insatisfacción, la política -la mala política que polariza y enfrenta-, las prisas y falta de tiempo para la reflexión, la conversación y la plegaria; incluso agotan las vacaciones, convertidas en un hacer descontrolado, que produce más cansancio y desajuste emocional…
Sí, nuestro estilo de vida es una fábrica de estrés y procesos psico-traumáticos que resquebrajan nuestra mente y producen insatisfacción, ansiedad y depresión. Son pues causas estructurales que no será posible eliminarlas sin una transformación sociocultural radical y desde dentro, a través de la educación integral que no olvide la dimensión espiritual de la persona.
GRUPO AREÓPAGO
Deja un comentario de forma respetuosa para facilitar un diálogo constructivo