Hace 60 días que comenzó la crisis sanitaria. Una pandemia mundial sin precedentes. Desde entonces, los españoles nos hemos confinado en casa para cumplir con lo que los gobernantes nos indicaban evitando así que este virus, tan desconocido, nos aniquile a todos.
Llevamos dos meses en casa sufriendo, con millones de enfermos, padeciendo con los que están en primera línea, llorando los fallecimientos y esperando con paciencia brotes verdes. Mucho esfuerzo y sacrificio para que el coronavirus no reine en los hogares. Y si no, que se lo digan a los sanitarios.
Ante esta crisis muchos hemos pensado que, después de todo lo que estamos viviendo, los españoles cambiaríamos algo, porque el hecho de estar encerrados y sin contacto físico nos han hecho valorar mucho más las pequeñas cosas, como un abrazo, un beso, una visita a nuestros padres o, simplemente, un paseo por la calle. Nos hemos vuelto hasta más tiernos y románticos. ¡Algo bueno tendría que tener esta situación!
Pero también, después de 60 días, nos damos cuenta de qué pronto olvidamos los sacrificios y empezamos a relajarnos. Da la impresión de que mucha gente no se ha dado cuenta de que seguimos en alerta sanitaria, que la COVID está todavía viva y muy viva, que nosotros mismos somos nuestro escudo de protección hasta que la vacuna salga a la luz. Es sencillo de recordar. Tú mismo eres la vacuna ahora.
¡Cuánta gente hay egoísta e irresponsable! Basta con observar. Se sale a la calle sin protección, sin mascarilla, sin guantes y sin tomar medidas de distanciamiento entre unos y otros. Para estas personas nada ha cambiado. Todo sigue igual. ¿Qué hay que hacer para que abran los ojos? ¿Hemos de seguir muriendo?
Cuando podamos entrar en lo que se viene denominando la “nueva normalidad”, tendremos muchas preguntas que hacernos. ¿Nos acordaremos de los días de confinamiento? ¿Del número de personas que han fallecido? ¿De la gente que está dando la vida por nosotros, como los sanitarios? ¿De los que han perdido su trabajo? ¿De la crisis económica que llega? ¿O es que nuestra memoria es tan corta como la de un pez, y sólo nos acordamos cuando nos toca a cada uno, en la enfermedad, en la muerte, en la pobreza…?
Si no cambiamos la actitud, no saldremos adelante, por mucho que nos repitamos que todo va a ir bien. Al margen de las medidas de los gobernantes, algunas discutibles, la responsabilidad individual de cada uno de nosotros es fundamental. Nosotros somos los que tenemos que pensar en los demás. No se trata sólo de no contagiarnos, sino también de proteger al otro de un posible contagio por nuestra falta de precaución; porque, si no somos responsables y si no cumplimos con las medidas de higiene y prevención, no veremos el final de la crisis del coronavirus. Esta es nuestra responsabilidad.
GRUPO AREÓPAGO
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