Todavía hay millones de seres humanos que son víctimas de la angustia, la pobreza, la enfermedad, la ignorancia y la injusticia. Personas que mueren en los mares que nos rodean por lanzarse en barquichuelos por desesperación. El racismo sigue haciéndose sentir de forma clara en naciones tan supuestamente democráticas como Estados Unidos.
La proclamación de las libertades fundamentales del hombre y de la dignidad y el valor de la persona humana, más que una utopía, sigue siendo una burla en muchos países del mundo. ¿Qué significa el derecho al trabajo donde no existen empleos? ¿Cómo se puede hablar de igualdad si las mujeres ni siquiera tienen conciencia de sus derechos y responsabilidades en muchos países?
Todo lo anteriormente reflejado nos conduce a pensar que sigue siendo evidente hoy día que no basta con el reconocimiento legal de los derechos humanos. Un país cualquiera, el nuestro, puede reconocer la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ratificar instrumentos internacionales, incluir derechos humanos en su constitución y regular su disfrute mediante leyes, pero eso no garantiza su respeto efectivo. Las leyes no sirven por sí solas, sino que muchas veces necesitan reglamentaciones, fondos destinados a que sean cumplidas, y una decidida voluntad de quienes deben aplicarlas, de la que se adolece en no pocas ocasiones, además de una presión constante de todas las sociedades civiles nacionales e internacionales para que sea efectivo el cumplimiento de los derechos.
No cabe duda de que la mera existencia de una Declaración como la del año 1948 a nivel internacional ha supuesto un claro e importante avance, pero no ha impedido que sigan existiendo pueblos esclavizados y explotados en muchas partes del mundo. Las consignas de libertad sólo se han aplicado a un grupo limitado de personas.
En la Declaración Universal de los Derechos Humanos tenemos una serie de definiciones ampliamente aceptadas sobre derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales. Se afirma el principio de que estos derechos alcanzan a todas las personas independientemente de su raza, lengua, religión, sexo, edad, condición social y opinión política, proclamación que en no pocas ocasiones se reduce con frecuencia a la utopía. A veces da la sensación de que la diferencia entre el ideal y la realidad, entre la proclamación universal de los derechos humanos y la conculcación continua de las más justas aspiraciones de los seres humanos es cada vez mayor.
Estas circunstancias llevan a señalar que el problema prioritario que hoy plantean los derechos humanos no es tanto el de su justificación, en el que quizá puede haber un amplio consenso, sino el de su protección. No bastan las declaraciones por sí mismas. Es necesaria la firme voluntad de aplicarlas por parte de todos.
Grupo AREÓPAGO
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