Estamos cumpliendo el 550º aniversario de la proclamación de Isabel la Católica como reina de Castilla, pues dicho acontecimiento ocurrió el 13 de diciembre de 1474.
Tan importante efeméride apenas ha tenido repercusión en nuestro país, más allá de una serie de actos conmemorativos que se han producido en Segovia, ciudad en la que tuvo lugar este hecho.
Tal olvido no es algo sorprendente pues la figura de esta gran mujer pone en evidencia algunas de las carencias, vergüenzas y contradicciones que nos muestra la ideología imperante en nuestra sociedad.
Más allá, por un lado, de su forma de entender la utilización del poder político, alejado del enriquecimiento personal, la polarización y el enfrentamiento al que asistimos en la actualidad; y no menos distante, por otro, del feminismo radical que intenta dividirnos, además de hacernos creer que nunca antes como en la actualidad la mujer alcanzó tales cotas de poder y libertad, en la reina Isabel vemos una mujer que tuvo en sus manos el poder de medio mundo y, no solamente lo tuvo, sino que lo ejerció desde el primero hasta el último día de su reinado con total libertad y dedicación.
Pero quizás uno de los aspectos más destacado de la reina castellana sea su forma de vivir la fe. En la actualidad se nos intenta imponer una religiosidad basada en el individualismo, el sentimentalismo, alejada de lo racional y en donde cualquier intento de evangelización es tildado de imposición y falta de respeto a las creencias y cultura del otro. Fue siempre Isabel una creyente de fe firme y formada, y con una intensa vida de oración. Dirigió todas sus acciones en pos de la extensión de la fe católica, como podemos apreciar en las siguientes palabras que dedicó a su hija Juana y su marido en su testamento: “Tengan mucho cuidado de las cosas de la honra de Dios e de su santa fe, zelando e procurando la guarda e defensa e enaltecimiento de ella pues por ella somos obligados a poner las personas e vidas (…) e que sean muy obedientes a los mandamientos de la santa madre Iglesia e protectores e defensores de ella”.
La causa para la beatificación de Isabel I de Castilla se inició en 1958. Hasta 1970 se realizó una exhaustiva investigación histórica, con cerca de treinta volúmenes de documentación sobre la reina. La comisión histórica concluyó su estudio con la rotunda afirmación de que: «no se encuentra un solo acto público o privado de Isabel que no esté inspirado en criterios cristianos o evangélicos«. En 1972 finalizó la fase diocesana. Entonces la causa se envió a Roma, donde el 30 de marzo de 1974 se aprobaba la Positio, con lo que se declaraba a Isabel “Sierva de Dios”.
Actualmente, dicha causa permanece estancada. Sirvan estas líneas para promover la devoción a esta virtuosa e insigne mujer y lograr, en la medida de nuestras posibilidades, que en breve la reina castellana sea elevada a los altares.
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